Leyendas de Yucatán

El brindis de los enamorados

Esta historia es muy antigua y trata de unos jóvenes enamorados que se querían mucho, por eso, en su boda, al momento de brindar, juraron que jamás se separarían: pasara lo que pasara estarían juntos por siempre, ni la muerte los haría alejarse y, cuando alguno muriera, vendría a llevarse al otro. Por desgracia, la felicidad sólo duró un año porque falleció la esposa, pero para ese tiempo al marido ya se le había olvidado el juramento que habían hecho.

A la semana del fallecimiento, cuando regresó de trabajar, encontró su casa limpia y la comida preparada, pero, pensando que su mamá lo había hecho, comió tranquilamente y después se acostó a dormir. Más tarde un ruido lo despertó a medianoche y, de pronto, vio que se abría la puerta y entraba alguien dirigiéndose a su cama para luego acostarse a su lado. Como tenía tanto miedo ni siquiera se movió. ¡Pero eso seguía junto a él! 

No fue sino hasta la mañana cuando el ente aquel salió otra vez por la puerta y así él pudo levantarse, pero no logró ver qué era.

Este suceso continuó repitiéndose durante varias noches hasta que, un día, se le vino a la mente la promesa que le había hecho a su esposa, pero él ya no quería cumplir su juramento. Por eso empezó a quedar muy débil y enfermo, hasta que decidió contárselo al sacerdote de la iglesia, quien le dijo que la única forma de librarse era buscando a alguna joven para que se hiciera pasar por su novia.

Luego de varios días de buscar a alguien que lo quisiera ayudar, su mamá logró encontrar a una joven que se haría pasar por su novia, así que ese día hizo lo que le dijo el sacerdote y se acostó en su cama con la joven y esperaron hasta que llegara el espíritu de su esposa. Ya a la media noche oyó que se abría la puerta y el espíritu de su mujer entró en la casa; pero cuando llegó hacia él vio a la joven y empezó a gritar:

—¿Por qué me has cambiado? ¿Por qué te olvidaste de tu promesa? ¿No que siempre estaríamos juntos?

Luego salió muy rápido de la casa dirigiéndose hacia el cementerio. Después de esa noche jamás volvió, pero aún se pueden oír sus gritos en aquel pueblo. Así que, ten mucho cuidado con las promesas que haces.

La leyenda de X’tabay

Cuenta una antigua leyenda maya que, en un pequeño pueblo, vivían dos bellas mujeres hermanas. Una era conocida como Xkebán, que significa algo así como: pecadora, pues se entregaba constantemente a los placeres producidos por el amor desmedido, de modo que la gente honrada del lugar sentía repugnancia hacia ella. Por otra parte, su hermana era conocida como Utzcolel, que quiere decir: mujer buena, por lo cual los pobladores la querían y respetaban.

A pesar de la fama que cada una tenía, había una diferencia aún mayor, pues la mujer pecadora sorpresivamente era de una bondad enorme, pues le encantaba ayudar a los que lo necesitaran, atendía a los enfermos y los curaba; además, era gran defensora de los animales, pues cuidaba de ellos como un preciado tesoro. Por esta razón, los animales y enfermos a quienes ayudaba la querían mucho. Al contrario, su hermana jamás hizo algo por ayudar y compadecerse de ser alguno, pues los consideraba inferiores e indignos de ella. Toda su bondad era de dientes para afuera.

Xkebán salía todas las mañanas para hacer sus labores de ayuda, pero algo sucedió, pues dejó de hacerlo durante varios días. Eso fue extraño para los vecinos, pero no hicieron nada hasta que notaron el olor de un bello perfume que, al seguirlo, los condujo a la casa de ella. 

Al llegar, ¡la encontraron muerta! Entonces se dieron cuenta de que ese olor provenía de su cuerpo inerte, generado por los cuidados de los animales a quienes tanto defendió. Estos, en agradecimiento, custodiaron su cuerpo hasta el panteón, en conjunto con los enfermos a los que curó. Sólo ellos acudieron al entierro.

Durante el trayecto, el agradable perfume fue esparcido por las calles por las que el cortejo fúnebre transitó. Al día siguiente, de su tumba brotó una muy rara, pero bella flor, conocida como Xtabentún, la cual genera un néctar que embriaga dulcemente a quien lo bebe, tal como sus desenfrenos de amor que alguna vez también envolvieron a los hombres.

Su hermana, Utzcolel, sintió una profunda envidia al enterarse de aquel agradable aroma y comenzó el rumor de que era obra del demonio y aseguró que su cuerpo puro y casto olería aún mejor al morir, pues si el de la pecadora era delicioso, su pureza provocaría algo mejor.

Al poco tiempo, Utzcolel murió. Todo el pueblo se entristeció y acudió al funeral con la certeza de que, al igual que su hermana, desprendería un agradable aroma, pero de inmediato notaron que el cuerpo de esta mujer desprendía un olor espantoso. De inmediato fue enterrada y rodeada de bellas flores. ¡Al día siguiente ya estaban marchitas! En su lugar había surgido otra de nombre Tzacam, que es un cactus muy espinoso, el cual con sólo rozarlo causa un dolor profundo. De él brota una flor que, a pesar de ser bella, no desprende aroma alguno.

La envidia era tal que, aun después de muerta la “buena mujer”, pensó que la suerte que el cuerpo de su hermana había tenido fue debido a la mala conducta que tuvo en vida, sin pensar que, en realidad, se debía a la esencia de su ser, pues fue su nobleza la que se había recompensado en Xkebán al morir y no la fama que se había creado.

La hermana envidiosa logró convocar a los malos espíritus, quienes le concedieron el don de regresar al mundo terrenal cada que ella quisiera. Entonces la mujer adoptó las aparentemente malas actitudes de la pecadora, pero dejó de lado la ayuda a los animales y a los enfermos.

Se dice que, aún en nuestros tiempos, se deja ver por algunos hombres que ella considera interesantes. Ella se aparece debajo de un árbol de Ceiba, mientras peina su larga cabellera con una pieza de Tzacam; luego los seduce para luego matarlos. ¡Ten mucho cuidado si pasas por ahí!

El Huay Chivo

Una de las leyendas más conocidas en el estado de Yucatán es la del Huay Chivo, la cual narra la historia de un viejo hechicero con la habilidad de transformarse en un aterrador ente, mitad hombre, mitad chivo, pues, se dice, vendió su alma al Kisín, expresión maya para referirse al Diablo.

En los poblados del interior del estado es común escuchar diversas anécdotas sobre encuentros con esta entidad. Cuenta la leyenda que si una persona se cruza en el mismo camino que él, debe desviar la mirada; de esta forma sentirá solamente un frío intenso y un mal olor; en cambio, si lo mira a los ojos, a las pocas horas presentará fiebres y malestares producto de “un mal aire”.

Se dice que el Huay Chivo se alimenta de las gallinas y el ganado de los pobladores y que habita en los más recónditos y oscuros lugares, como en los bosques y montes. 

Hay quienes narran haberlo visto y haber sido afectados por él, sus experiencias son aterradoras, de ahí sale la famosa frase que dice así:

«Caminante, cuídate al andar después de la media noche por los lugares donde el Huay Chivo ronda, pues este ser de oscuridad, puede dejar caer en ti toda su maldad».

Hay muchas historias de quienes dicen haberlo visto, aquí les ofrecemos una de ellas:

Un día de verano, una amiga me invitó a mí y a unos amigos a una cena en su casa. Era sólo una reunión pequeña para volvernos a ver y platicar. Entre tantas anécdotas, el tiempo se nos fue. Ya eran como a las tres de la mañana cuando empezó a sonar mi celular. Era mi madre regañándome porque no había llegado a la casa. Me dijo que tenía miedo porque había varias personas en la puerta de mi casa y no la dejaban dormir porque pasaban golpeando las rejas, gritando como desesperados. 

Me dijo que mi padre salió a ver, pero que no había nadie. Luego me pidió que mis amigos me acompañaran y se quedaran afuera de la casa hasta que yo entrara. Así lo hicimos.

Mientras abría la puerta, mi amigo me dijo:

—Qué bonito perro tienes. Es impresionante.

Voltee a ver de qué hablaba y vi a un pitbull con los ojos rojos. Le colgaba un collar enorme, su piel era de color café con rayas entre negras y blancas.

—No es mío, pero sí, está precioso.

A mi amigo y a mí nos dio miedo, pero no sabíamos por qué. Él me tomó de la mano y me dijo:

—Mejor entremos a tu casa.  

El perro gruñía y se puso agresivo, pero en ese momento mi amiga, que se quedó en el carro, prendió las luces, lo cual, parece, espantó al perro, pues ya no lo vi por ningún lado. 

Entré a mi casa, vi que mis papás ya estaban dormidos y fui a dormir. Al entrar al cuarto mi hermanita me dijo: 

—¿Viste si hay alguien afuera de la casa? 

Le dije que no y ella sólo me pidió que no abriera la ventana porque tenía mucho miedo.

Como a los cinco minutos de habernos acostado, empezaron a aventarnos piedras en la ventana. De repente, vimos cómo una sombra se paraba frente a la ventana. Era como un bulto, pero no logramos distinguir su forma. De un salto me pasé a la cama de mi hermana y ella me susurró al oído:

—Alguien entró a la casa. 

El miedo nos invadió. Vimos cómo esa sombra se empezó a subir al techo. En ese momento escuchamos a muchísimos perros que empezaron a ladrar enloquecidamente. Eran ladridos de dolor y llanto.  

La sombra seguía subiendo. Yo intenté tomar mi celular para hablarle a mi papá pero ¡no podíamos movernos! De pronto entró mi perrita y se metió temblando entre nosotras.  

No recuerdo cuánto tiempo estuvimos ahí. Tampoco supe cómo, pero logré tomar mi teléfono y marcarle a mi mamá. Le dije que viniera al cuarto de inmediato. Cuando mi madre abrió la puerta de golpe y prendió la luz del cuarto, la sombra desapareció. Claro, esa noche dormimos con nuestros padres.

Al día siguiente, salimos por desayuno a un mercadito y escuché a unas personas que viven al otro lado del pueblo contando que les había pasado lo mismo que a nosotras.  

Así fue como aquellas chicas se enteraron de la existencia de Huay Chivo, el brujo que se convierte en perro. Ellas tuvieron suerte, pero quién sabe qué le sucederá a su siguiente víctima. 

Los Aluxes

En la península de Yucatán son frecuentes y diversas las leyendas relacionadas con seres extraños que se aparecen por las noches en las milpas y montes. Se trata de pequeños individuos llamados: Aluxes. Ellos se comportan según los trates. Si una persona se interna en su territorio y dice groserías u ofensas hacia ellos o al sitio, éstos le enviarán, a través del viento, una enfermedad, conocida en los pueblos mayas como “mal aire”, la cual se caracteriza por fiebres y delirios; en cambio, si se les trata de manera amable e incluso se les ofrece comida, ellos, en recompensa, cuidarán la milpa y hasta dotarán de buena cosecha.

Su apariencia es como de niños, visten con sombrero y a veces van descalzos o con unas chanclas llamadas alpargatas. Hay algunos que tienen un perro. Viven al interior de las cuevas cercanas a las milpas o en el monte. Ellos no son malos, simplemente que, al ser como niños, también son muy traviesos, les gusta jugar y correr por todos lados.

Se dice que estos seres son descendientes del Enano de Uxmal —leyenda que encontrarás en este libro—, pues, al igual que él, fueron creados de barro por viejos sacerdotes mayas que lo recogían de las cuevas sagradas. Éste se ponía a reposar durante nueve noches y luego se mezclaba con una pócima hecha de miel y flores silvestres para luego colocarlos durante otras nueve noches en un altar, lejos de la luz del sol. Transcurrido el tiempo indicado, se llevaban a esparcir por el monte entre cantos y rezos para cumplir con su misión: cuidar de la cosecha.

Hoy en día, se dice que estos pequeños seres salen de sus cuevas al llegar la noche y regresan a sus guaridas antes de que el sol salga de nuevo. Sus perros también están hechos de los mismos materiales que ellos.

Otra de las historias que rodean a estos duendecillos trata sobre los campesinos que conviven con ellos. Se dice que, si uno desea que sus cultivos sean custodiados por un aluxe, debe colocar una casa para él, pero después de siete años la puerta tiene que ser sellada o de lo contrario, ¡éste comenzará a actuar en contra de quien lo ha adoptado! Y entonces destruirá todo lo que se encuentre a su paso.

Son muchas las historias de personas que dicen haber tenido encuentros con los Aluxes, algunas de las experiencias son buenas, otras no tanto, como ya sabemos, todo depende del trato que se les dé.

Si en alguna ocasión alguien recibe un “mal aire” de algún aluxe, debe recurrir a un X´men —chamán— experto, pues de lo contrario, si el alma de quien intenta curar es débil, ¡corre el riesgo de ser afectado por el mismo mal!

La Siempreviva

Después de una ligera lluvia a las faldas del cerro Kinich Kakmó, caminaba un lugareño que escuchó una vocecita que en forma dulce decía: 

—¿Eres tú, Balám? 

Atónito, miró a su alrededor pensando que era una ilusión de sus sentidos; pero la pregunta se repitió. Para su asombro, la voz salía de la flor de yerba silvestre llamada siempreviva.

—¿Quién eres y por qué me llamas por un nombre que no es el mío? 

—Entonces, tú no eres mi Balam, ni me conoces, pero si me escuchas te contaré mi historia y quien soy —dijo la voz y le contó lo siguiente:

“Yo era una sacerdotisa del templo de Itzamaltul, hija de un hombre importante. Había hecho el voto de castidad que mi condición me exigía, lo que significaba que mi amor sería para mi dios y no para un mortal. 

Durante una ceremonia del juego de pelota, conocí a un valiente guerrero de nombre Balam. Al poco tiempo nos enamoramos, pero esto llegó a oídos de mi padre, quien nos sorprendió en una de nuestras entrevistas.

Como castigo nos impuso, a mí, ser sacrificada a los pies del dios rojo Kinich, y a él, presenciar el sacrificio al pie de la escalinata del mismo.

El trágico día llegó. Recuerdo que me pintaron y vistieron, como quienes mueren al pie del dios. Como un sueño, en mi memoria todavía está cuando fui llevada y colocada en el templo del dios Kinich, ante la mirada desesperada de mi Balam.

De repente, sentí un profundo dolor cuando mi pecho fue desgarrado, pero mi corazón aún palpitante, salté de las manos del sumo sacerdote y, rodando por las escalinatas del templo, llegué a los pies de mi amado Balam, quien escuchó de mí: 

—Tómame, soy tuya,

Él huyó conmigo en sus brazos y fue a esconderse, sin que nadie se atreviera a impedirlo. Luego, con la claridad de una noche de luna llena, me enterró a los pies de este templo.

Ofreció volver por mí y lo he esperado muchas lunas llenas, pero mi Balam no llega».

Emocionado el lugareño al escuchar la historia, acercó sus labios para besar a la florecita y, en su interior, vio brillar una gota. El hombre no supo si era la lluvia o una lágrima que, Siempreviva, derramaba por su Balam.

El Enano de Uxmal

En la leyenda de los Aluxes, te hablamos sobre el Enano de Uxmal y cómo fue creado con barro, aquí te mostramos una versión sobre él.

Durante el imperio de Uxmal, se dice que vivió, en la ciudad de Kabah, una mujer hechicera de edad avanzada, quien cuidaba celosamente un huevo que había encontrado de manera misteriosa. Todos los días se sentaba junto a él a tomar el sol, hasta que, una mañana, ¡del huevo brotó un niño! 

La mujer, resignada por su edad a no tener hijos, cuidó al niño como si fuera suyo. Pero el tiempo pasaba y el niño se mantenía del mismo tamaño. Luego la mujer notó que comenzaba a salirle barba, que la voz le engrosaba y fue así como descubrió que se trataba de un enano.

Un día, el enano, guiado por su curiosidad y el descuido de la anciana, decidió averiguar qué era lo que la mujer cuidaba de manera excesiva frente a un caldero. Al acercarse descubrió un Tunkul —instrumento hecho con un palo hueco y que genera un sonido muy fuerte—. Al tocarlo fue tan alto el alcance del tono emitido, que se escuchó resonar en la ciudad de Uxmal. 

Cuenta la leyenda que había una profecía: al oírse el cantar del Tunkul, el reinado del mandatario en turno llegaría a su fin. Claro, el rey sabía esto y al escuchar el sonido mandó buscar al culpable. Sus hombres lo encontraron muy pronto y lo llevaron ante él. 

El rey estaba tan enojado que ya iba a mandar castigar al enano, pero éste le dijo que conocía una manera de evitar la profecía.

—Tiene que mandar hacer un camino que vaya desde Kabah hasta Uxmal —dijo el enano—. Cuando termine, le diré lo demás.

Cuando ya estuvo listo el camino, la bruja y el enano se dirigieron a la ciudad, que ya les esperaba ansiosos por conocer la respuesta. Al llegar, el enano dijo que daría la solución solamente si el Rey superaba una prueba que consistía en romper con la cabeza el fruto más duro de la zona yucateca, conocido como Cocoyol. El mandatario aceptó, pero con la condición de que el enano lo hiciera antes. Éste accedió, pero fue porque la bruja le puso antes de salir de casa una capa dura de metal bajo su cabeza. Como era de esperarse, el hombrecito resistió el golpe. Al llegar el turno del Rey, se colocó en el lugar que se le indicó y al primer golpe murió.

Después de esto, el Enano fue coronado Rey de Uxmal. La anciana le dirigió sabias palabras en las que le indicaba que ahora ella podía morir tranquila, pues sabía que el reino quedaba en buenas manos. De igual forma le dijo que debía ser justo y actuar de manera correcta, sin dejarse cegar por el poder. El enano así lo hizo durante un tiempo, pero con el paso de los años fue olvidando aquella conversación y se fue dejando envolver por la malicia. Llegó a tal grado que anunció la creación de un nuevo dios que sería superior a los ya existentes. Luego mandó labrar en barro una escultura. Ésta fue puesta en la lumbre para endurecerla y así asegurar su resistencia, pero al ser retirada del calor, ¡la imagen vibró de tal manera que los habitantes creyeron que la estatua hablaba venerándolo y adorándolo más que a los dioses!

Los verdaderos dioses, cuentan, estaban viendo lo que sucedía. Al ver este acto de fanatismo, se enojaron muchísimo y castigaron a toda la ciudad de Uxmal. Dice la leyenda que fue destruida en su totalidad, por lo que se acabó con el gran poderío que logró a lo largo de tanto tiempo.

Ya no se supo que pasó con el Enano, pero todos piensan que murió en la venganza de los dioses. Es por esta razón que los habitantes de Uxmal son buenos con todos, pues aprendieron que la justicia es la mejor forma de tratar a los demás.

La Princesa y el Escarabajo

Ésta es la leyenda de una bella princesa que tenía los cabellos como las alas de las golondrinas; por eso se llamaba Cuzán, que es el nombre maya de esa ave. Las historias de la belleza de Cuzán se contaban en todo el reino, más allá de los muros de la ciudad sagrada de Yaxchilán.

Cuzán era la hija preferida de Ahnú Dtundtunxcaán, el Gran Señor que se sumerge en el cielo. Era alegre y feliz. Su rostro brillaba como el sol cuando su padre ponía a sus pies lo más bello de sus tesoros de guerra.

Cuando Cuzán tuvo edad para el matrimonio, su padre concertó la unión con el hijo de Halach Uinic, de la gran ciudad de Nan Chan. Su esposo sería el príncipe Ek Chapat, futuro Señor del Reino. Cuzán aceptó la elección de su padre.

Un día, al regresar de la guerra, el rey envió los tesoros del botín a Cuzán. Cuando la princesa fue a la sala del Gran Palacio para agradecerle a su padre el rico presente, lo halló acompañado de un hermoso joven llamado Chalpol —Cabeza Roja, porque su cabello era de ese color—.

Sus almas quedaron atrapadas en un lazo de fuego. El corazón desbocado de la princesa sólo se interesaba en el nombre de Chalpol. Juraron no olvidarse nunca y se amaron con locura bajo la ceiba sagrada, donde los dioses escuchan las plegarias de los mortales.

Todos en la ciudad sabían que Cuzán estaba prometida al príncipe Ek Chapat de la ciudad de Nan Chan; por eso, cuando el rey supo que Chalpol era el amante de su hija, ordenó que fuera sacrificado. Cuzán le suplicó que le perdonara la vida, pero no le hizo caso.

El día señalado, Chalpol fue pintado de azul para la ceremonia del sacrificio. Hasta el atrio del templo llegaba el aroma del copal que se quemaba para expulsar a los espíritus.

Con los ojos llenos de lágrimas, Cuzán volvió a pedir a su padre que no lo sacrificara, por lo que le prometió que jamás lo volvería a ver y que aceptaría con obediencia ser la esposa del príncipe de Nan Chan.

Después de consultar con los sacerdotes, el Halach Uinic le perdonó la vida, bajo la única condición de que su hija se encerrara en sus habitaciones. Si salía, Chalpol sería sacrificado. En la soledad de su alcoba, la princesa entró en la senda del misterio.

En el silencio de la noche, fue llamada a presentarse ante el Halach Uinic. Cuando llegó a los patios del templo, sus ojos buscaron los de su amado. Tembló al pensar que lo hubieran sacrificado.

Le preguntó a su padre, quien sólo sonrió. Un hechicero se le acercó ofreciéndole un escarabajo y le dijo:

—Cuzán, aquí tienes a tu amado Chalpol. Tu padre le concedió la vida, pero me pidió que lo convirtiera en un insecto por haber tenido la osadía de amarte.

La princesa Cuzán lo tomó y le dijo: 

—Juré nunca separarme de ti y voy a cumplir.

El mejor joyero del reino lo cubrió de piedras preciosas y le sujetó una de sus patitas con una cadenita de oro.

Ella lo prendió a su pecho y le dijo: 

—Maquech, eres un hombre, escucha el latido de mi corazón, en él vivirás por siempre. He jurado a los dioses no olvidarte nunca. Los dioses no han conocido nunca un amor tan intenso y tan vivo como este que consume mi alma. 

La princesa Cuzan y su amado Chalpol, convertido en Maquech, se amaron por encima de las leyes del tiempo, con un amor que sólo duró toda la eternidad.

Nicté Há: Flor de Loto 

En lo más profundo de la selva del Mayab había un reino maravilloso. El príncipe de ese reino se llamaba Chacdziedzib, que quiere decir: Pájaro Cardenal. Él estaba enamorado con locura de la hija del guardián del Cenote Sagrado, llamada Nicté Há, que quiere decir: Flor de Loto.

Chacdziebdzib, el de la túnica roja, era un guerrero valiente y gallardo, muy querido y venerado por su pueblo porque nunca fallaba al lanzar una flecha con su arco.

Antes del amanecer, el príncipe buscaba a su amada en las orillas del Cenote Sagrado, y el aire se colmaba con sus palabras de amor a Nicté.

Un día, el Gran Sacerdote, convencido de que Chacdziedzib debía casarse con una hija de reyes, se opuso a sus amores con Nicté Há y convocó a los grandes señores, quienes decidieron que la hija del guardián del Cenote Sagrado debía morir.

El bufón de la corte había oído todo y, lleno de temor, se lo contó al príncipe, quien ordenó a su mejor guerrero ir en busca de la princesa y traerla al Palacio Real, donde la tomaría por esposa.

El noble guerrero salió a cumplir su misión, pero, en la negra oscuridad de la noche, unas manos asesinas le quitaron la vida y arrojaron su cuerpo a la maleza.

Cuando el príncipe del manto rojo se enteró de lo sucedido, tomó su arco y se dirigió al Cenote Sagrado en busca de su amada. Esa noche lo venció el sueño bajo las ceibas.

Cuando al amanecer Nicté Há fue a mirarse en las aguas quietas del Cenote, el príncipe se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos. La amaba con todas sus fuerzas.

De pronto, de las sombras salió una flecha que atravesó el pecho de la doncella. Su cuerpo frágil y sin vida cayó y se hundió en las aguas del Cenote Sagrado, la morada de los dioses.

El príncipe vio desaparecer el cuerpo de su amada. Sólo el vestido de Nicté Há quedó flotando en las tranquilas aguas. Su dolor era profundo. Bañado en lágrimas rogó a los dioses piedad y compasión. Fue tanto el sufrimiento, que el corazón se le hizo pedazos y cayó al borde del Cenote Sagrado sobre un charco de sangre.

Los dioses le escucharon y enviaron al Señor de las Aguas y al Señor de los Pájaros, quien bajó a lo profundo del Cenote y convirtió el cuerpo inerte de Nicté Há en un hermoso loto.

Después, el Señor de los Pájaros posó sus manos sobre el corazón del príncipe y lo convirtió en un hermoso pájaro cardenal, siempre sediento de amor.

Desde entonces, cuando despunta el alba, un pájaro rojo baja hasta el Cenote Sagrado para cantar con trinos de amor sobre los abiertos pétalos de los lotos.

Zamná y el descubrimiento del Henequén

Donde hoy se levanta la ciudad de Izamal, llegó, hace muchos años, un grupo de peregrinos conocidos como los Itzáes. Habían navegado y caminado mucho para llegar hasta allí, pero, a pesar del cansancio, tenían paz en su corazón, porque los guiaba un sacerdote bondadoso y sabio conocido como Zamná.

Las mujeres y los niños estaban exhaustos, Zamná ordenó un descanso y se sentó en una piedra. Entonces recordó la noche llena de estrellas cuando la Reina del continente Atlante se le acercó en silencio y le habló con palabras proféticas.

—Zamná —le dijo—, tú eres el sacerdote más sabio y bondadoso de mi reino, por eso te he elegido. Debes saber que mis astrónomos han leído en el cielo que nuestra tierra desaparecerá en la próxima luna. Es por esto que quiero que escojas un grupo de familias de mi reino y a tres de los chilames más sabios —sacerdotes mayas que predecían sucesos importantes— para que lleven los escritos que cuentan la historia de nuestro pueblo y escriban lo que sucederá.

Luego dijo:

—Llegarás a un lugar que te señalaré y fundarás allí una ciudad. Debajo de su templo mayor guardarás los escritos pasados y los que se escribirán en el futuro, para conservar la historia del país Atlante. En nueve canoas saldrás con los escogidos hacia el poniente. Después de nueve días, hallarás una tierra sin ríos ni montañas y entrarás en ellas. Cuando encuentres agua, fundarás la ciudad que te he ordenado.

Al segundo día de navegación, el mar se encrespó con olas tan altas que hundieron dos de sus canoas. La tierra que dejaban se había cubierto de un cielo oscurísimo surcado por relámpagos y centellas. Zamná pensó que era el fin de su país, tal como lo dijo la Reina.

Zamná llegó a esta tierra sin ríos ni montañas. Era el lugar señalado, pero no hallaba el agua que ahora necesitaba. En el sitio sólo había abundancia de plantas de hojas duras como lanzas y espinos punzantes.

De pronto las nubes se oscurecieron y cayó una lluvia interminable que fue festejada por los peregrinos que danzaban alegres por el agua que les regalaba el cielo. Zamná salió a buscar dónde guardar el agua que caía; pero se acercó a una de aquellas plantas y una espina se le clavó en el muslo, lo que le provocó una punzada dolorosa.

La pierna de Zamná comenzó a sangrar. Para castigar a la planta, los itzáes le cortaron las hojas y las azotaron contra las lajas —rocas lisas— que abundan en esta tierra.

Zamná observó que de las hojas azotadas salían unas fibras muy resistentes que le serían de gran utilidad a su pueblo. Supo que su herida era una señal para que conociera aquella planta maravillosa. Entonces ordenó detener el castigo y dio gracias a sus dioses por este descubrimiento. ¡Era el henequén!

La lluvia no cesaba y el agua que caía se deslizaba con rapidez, como atraída hacia un lugar. Zamná siguió el curso del agua, hasta llegar a un agujero a donde se precipitaba. Era el sitio indicado por la reina.

Allí Zamná, el sabio y bondadoso, uniendo la lluvia, el poder del cielo y al henequén, fundó la gran Izamal en una fecha que se pierde en el tiempo.

Dziú y el Maíz

Cuando la vida apenas comenzaba en la tierra de los mayas, el pájaro Dziú tenía plumas de varios colores y sus ojos castaños hacían juego con su plumaje. En la primavera construía su nido, empollaba a sus hijuelos y los criaba, como es costumbre entre todas las aves.

Así fue, hasta que un día, Yuum Chaac, el dios de las aguas, quien también lo es de la agricultura, observó que el fructífero suelo iba perdiendo su fertilidad.

Yuum Chaac, después de meditar, convocó a todos los pájaros y les explicó que, como último recurso, sólo les quedaba quemar las milpas, con el objetivo de que las cenizas fertilizaran la tierra. La primera chispa la proporcionaría Kak, el dios del fuego; pero antes, tenían que recoger las diferentes clases de semillas para la siembra del año por venir.

A la mañana siguiente, Dziú, que siempre era el primero cuando se presentaba alguna obligación, llegó muy temprano al lugar designado. Trabajó muy duro y de forma concentrada, por lo que reunió más semillas que ningún otro pájaro. Luego, con el permiso de Yuum Chaac, se retiró a descansar bajo la sombra de un arbusto. Tan pronto como los otros pájaros notaron su ausencia, comenzaron a perder el entusiasmo.

Entonces, Yuum Chaac, al darse cuenta de que el fuego iba avanzando rápidamente hacia el sembradío de maíz y que los trabajadores no habían conseguido llegar a él, pidió auxilio. Dziú alcanzó a escuchar el último de sus tres llamados, por lo que salió de manera precipitada del lugar donde estaba descansando. 

Vio ante sí un cuadro aterrador. Su elección estaba clara. Voló a la copa de un árbol, desde arriba estudió la situación y, cerrando los ojos, se arrojó sobre el fuego que lo consumía todo.

Una vez reunidas las semillas suficientes para reponer las milpas destruidas, cayó al suelo exhausto, con los ojos inflamados, las plumas completamente quemadas y el cuerpo cubierto de ampollas. Inmediatamente, los pájaros corrieron hacia él para ayudarlo.

¡Él solo salvó la semilla del maíz! Su hazaña fue tan grande que, como gesto de gratitud, los pájaros de la tierra del Mayab se ofrecieron para empollar y criar a todos los descendientes de Dziú, el cuco.

Y con el propósito de que los pájaros no olvidaran su promesa, Yuum Chaac decretó que los ojos de Dziú se mantuvieran siempre enrojecidos, y que los extremos de sus alas tuvieran el color de las cenizas.

Seguro ya te diste cuenta, pero siempre es bueno recordar que Dziú es el nombre, en lengua maya, de la especie que se conoce en español como tordillo de ojos colorados.

Búho, el sabio consejero

Un buen día, las aves de la tierra del Mayab prepararon un suntuoso banquete en honor de su rey, el pavo real. Todos los pájaros fueron invitados a la fiesta y se nombró una comisión especial para escoltar a Tunkuluchú, el búho.

El búho detestaba esas invitaciones; sin embargo, los miembros de la comisión, temiendo la cólera del rey, lo convencieron de que, como gran consejero de la corte, estaba obligado a presidir el banquete.

El rey había reservado un lugar a su lado para el gran consejero y tan pronto como éste llegó, comenzó la alegre velada. Los meseros pasaron las viandas en frescas y verdes hojas y, ante cada uno de los sedientos comensales, colocaban pétalos de flores, simulando pequeñas jarras repletas de rocío. Poco tiempo después, todos los asistentes, con la excepción del búho, se divertían a sus anchas.

El búho, sin poder soportar la gritería y el comportamiento de los demás, trató de escabullirse y fue visto por el rey, quien lo hizo regresar. Éste obedeció la orden real, pero posándose en una elevada rama le volvió la espalda a los escandalosos y alegres convidados.

El pavo real, creyendo que el desaire iba dirigido a él, resolvió hacer uso de su autoridad para obligar al búho a tomar parte activa en la festividad, e inmediatamente le ordenó que bailara con los otros y uniera su voz al discordante coro de los allí reunidos.

El búho se sintió humillado con las crueles burlas que le hicieron las otras aves después de la celebración; y ni la necesidad natural de alimentarse ni las súplicas de sus amigos, le hicieron salir de su guarida.

Movido por el deseo de exponer a su rey al ridículo, tal y como éste había hecho con él, el sabio consejero consultó el libro sagrado de los Mayas, donde encontró la manera en que el pavo real había engañado al candoroso Puhuy.

Fue así que el búho invitó a los pájaros de la floresta del Mayab para una gran asamblea y, al dirigirse a los presentes, se percató de que no podía leer una sola palabra. Entonces, lanzando un grito de desesperación, dejó caer el pergamino al suelo.

Los días permanecidos en el interior de su morada, hicieron que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Ahora la luz brillante de la mañana lo cegaba. Desde esa ocasión, pocas veces se le ve durante el día. Su anhelo de venganza contra el rey fue castigado por los dioses.

La Codorniz

En aquellos tiempos cuando los animales apenas acababan de formarse, la codorniz —Bech— era el ave favorita de los dioses. Estaba dotada de un bellísimo plumaje, un copetito coquetón adornaba su altiva cabeza, y le era permitido construir sus nidos en las copas de los árboles para proteger a sus pequeñuelos de las asechanzas de fieras y cazadores. Así fue como su familia se hizo cada vez más numerosa.

Cualquier otro ser viviente hubiera estado muy agradecido por esos privilegios; pero la codorniz, llena de egoísmo, no se daba por satisfecha. En su interior abrigaba la esperanza de poseer algún día un mundo entero, en el cual sólo vivirían ella y su numerosa familia.

En una ocasión, el bondadoso Gran Espíritu sintió deseos de visitar la tierra, pues anhelaba contemplar nuevamente el mundo que había ayudado a crear. Entonces, invitó a Yaa-Kin, el príncipe del Sol, para que lo acompañara en su viaje y, tomando forma humana, descendió hasta llegar a nuestro mundo.

La noticia de esta visita hizo que Box-Buc, el príncipe de las Tinieblas, se volviera negro de envidia y juró vengarse haciendo fracasar los planes de los viajeros.

Con esa idea, envió a sus espías a seguir la pista de los forasteros y se sentó en su trono de ébano para aguardar los resultados de sus malvados planes. Sin embargo, tan pronto como los visitantes entraron en la selva, los buenos genios del monte se dieron cuenta de la presencia de los espías y juraron proteger a sus huéspedes.

Contrariados por los constantes fracasos de sus planes, los espías decidieron interrogar a las aves, dulcificando su áspera y desagradable voz todo lo que les fue posible. Sin embargo, no lograron engañar a los astutos pajaritos y todos se rehusaron a dar información, excepto Bech, que ambicionaba un mundo para ella.

La egoísta codorniz le dio instrucciones en secreto a su prole y cuando los divinos visitantes se aproximaron, la numerosa familia de la codorniz levantó el vuelo, produciendo un gran estruendo que hizo a los viajeros detenerse a investigar, todo lo cual permitió a los espías ubicarlos.

El Gran Espíritu sintió honda pena al darse cuenta de la perversa estratagema de Box-Buc; pero al reconocer en el ave delatora a la codorniz, precisamente a la que él había amado tanto, lágrimas de desengaño brotaron de sus ojos y sentenció: 

—Traicionera Bech, de hoy en adelante tú y todos los tuyos quedarán a merced de las fieras y cazadores, pues cerca de la tierra vivirán para siempre.

El Hombre Salvaje

El Che Uinik se dice que habita en los bosques yucatecos. Ha sido caracterizado como un ser con voz de trueno, de cuerpo enorme y musculoso, pero sin coyunturas ni huesos.

Duerme de pie o recostado en el tronco de los árboles y sus pies están invertidos: los talones por delante y los dedos proyectados hacia atrás.

Al caminar, se apoya en un bastón hecho con el tronco de un árbol y puede devorar a aquella persona que encuentre perdida en el monte. Precisamente, ¡ésa es su comida favorita!

Existe el relato de un periodista que contaba un inquietante rumor en las comunidades del municipio de Tecoh. Se refería a un hombre de dos metros de altura, cabello muy largo, cuerpo peludo, que habitaba en las cavernas y deambulaba durante las noches por brechas y caminos blancos en los profundos montes altos del sur del Estado.

Afirmaba haberlo encontrado, también, en los montes bajos más cercanos al centro de la población. Fue descrito como algo espantoso: parecido a un gorila o un oso, pero que se le veía caminar erguido, y conforme avanzaba, dejaba escuchar un ronco jadeo. Otras personas, que no alcanzaron a observarlo directamente, aseguraron haber visto sus huellas.

Se sabe que aquellos que cometen malas acciones son enviados al monte con el fin de que sean devorados por aquel monstruo, como castigo, a menos que logren escapar, pero incluso así, tienen prohibido volver a casa.

Los frijoles blancos

Había una vez un hombre muy bueno, que se sentía desdichado. Un día pensó que su infelicidad terminaría si vendía su alma.

Para ello se concentró e invocó a Kitzin, que acudió rápidamente a su encuentro.

—¿Para qué me invocas? —preguntó Kitzin.

—Quiero vender mi alma y pensé que estarías interesado en tenerla —respondió el hombre.

Por supuesto que Kitzin estaba interesado en quedarse con el alma de un hombre bueno, así que le dijo:

—¿Qué quieres a cambio de tu alma?

—Te haré siete pedidos. Uno por cada día de la semana.

—Concedido —respondió Kitzin— pídeme lo que quieras.

El primer día, el hombre pidió dinero e inmediatamente sus bolsillos se llenaron de monedas de oro. El segundo pidió buena salud y pronto se sintió fuerte como un buey. El tercer día exigió comida y su mesa se cubrió de los más exquisitos manjares que degustó hasta hartarse. El cuarto día pidió compañía y al instante se vio rodeado de las más bellas mujeres que jamás había visto. El quinto día pidió poder y vivió como el más importante de los caciques. El sexto día deseó viajar a tierras lejanas y en un instante fue trasladado a los lugares más exóticos y pintorescos del mundo.

Entonces Kitzin le dijo que pensara bien lo que quería, pues le quedaba un solo deseo por cumplir y su alma le pertenecería por fin.

El hombre respondió que sólo quería que lavara unos frijoles negros hasta que se volvieran blancos.

Kitzin se rió a carcajadas ya que ese pedido era muy fácil. Kitzin se puso a lavar los frijoles, pero no había manera de que cambiaran de color. Pronto se dio cuenta que había caído en una trampa y había perdido un alma.

Entonces Kitzn dijo: 

—Esto no debe volver a ocurrir. A partir de ahora habrá frijoles negros, blancos, amarillos y rojos.

El Canancol

El Canancol es un muñeco que está a cargo del cuidado de las plantaciones. Los agricultores, para evitar que les roben el fruto de su cosecha, acuden a un hechicero llamado men, que hace la siguiente práctica:

Primero el dueño del campo construye un muñeco. El tamaño debe ser proporcional a la extensión del campo, sobre el que se marcan dos diagonales para ubicar el centro. Allí se coloca al muñeco, luego el hechicero lo recubre con la cera de nueve colmenas. Una vez terminado, se le ponen dos porotos por ojos, maíces en lugar de dientes y porotos blancos en lugar de uñas. El brujo comienza a colocarle los órganos mientras invoca a los cuatro vientos para que sean compasivos, ya que el fruto de ese campo es lo único que el campesino posee para alimentar a sus hijos. Cuando el hechicero termina de hacer al muñeco, realiza una invocación mientras le pone hierbas que sólo el brujo conoce. Luego se lo presenta al dios Sol y se lo ofrece al Dios de la lluvia. Quema hierbas y ese fuego sagrado es mantenido por espacio de una hora. Después el hechicero embriaga a los asistentes con un aguardiente muy potente para que no puedan advertir la llegada de los dioses a la tierra, ya que sólo él puede verlos.

La ceremonia se realiza al mediodía. Cuando el sol está en su punto más alto, el hechicero hace un tajo en el dedo meñique del campesino, de donde exprime nueve gotas de sangre que hace caer en un hueco dejado expresamente en la mano del muñeco. Luego el men le dice al muñeco:

—A partir de este momento comienza tu vida. Este es tu amo a quien debes obedecer, en caso contrario los dioses te castigarán. Este campo es tuyo y debes protegerlo de intrusos y ladrones. Esta será tu arma —y el hechicero coloca una piedra en la mano del muñeco.

Dice la leyenda que el Canancol permanece tapado hasta que salen los frutos. Allí se le descubre para que cuide la cosecha. Es tan firme esta creencia que nadie se atreve a entrar en una finca donde hay un Canancol por miedo a recibir pedradas mortíferas.

El origen de las sirenas

En un pueblo cercano al mar vivía una familia de humildes pescadores con tres hijos. Como ellos iban a pescar todos los días, los niños se quedaban jugando en la orilla de la playa. Luego de algún tiempo, la niña mayor buscó unos pececitos en un agujero de las piedras dentro del océano,  a los que empezó a alimentar y a cuidar hasta que crecieron. Los quería tanto que se la pasaba todo el día platicando con sus seis pececitos a los que ya hasta nombre les había puesto.

Como su mamá ya se había cansado de que al regresar de pescar ella no estuviera dentro de la casa, decidió preguntarle a su hija qué hacía en la playa todo el día, pero la pequeña no quiso decirle. Así que, al otro día, después de regresar de pescar les preguntó a sus hijos pequeños qué hacía su hermana en la playa, a lo que ellos le dijeron que ella tenía unos peces que había cuidado desde que eran chicos. Entonces ella pensó que si se llevaba a los peces, su hija dejaría de estar en la playa y se quedaría en su casa con sus hermanos.

Así, un día, luego de que mandara a su hija a comprar algunas cosas, se acercó a donde estaban los peces y, al ver que estaban grandes, decidió atraparlos para comerlos. Para cuando su hija regresó, ¡ya los había cocinado! y, sin decirle que eran los suyos, les sirvió la comida a todos. Ella, al ver el parecido con sus peces, corrió hacia donde ella los escondía, pero, al llegar, ya no estaban y empezó a buscarlos por todas partes sin encontrarlos. 

La pequeña regresó llorando a su casa a preguntarle a su mamá si eran sus peces los que había cocinado. Su mamá le confesó lo que había hecho y le dijo que si tanto le gustaba el mar se convirtiera en pez y se fuera a vivir ahí.

En ese momento la niña corrió hacia el mar y empezó a alejarse hasta desaparecer entre las olas.

Aunque la buscaron por todos lados, no pudieron encontrarla. Así pasaron los días y los meses sin noticias de la pequeña. Luego de un año de lo ocurrido, oyeron la voz de su hija que venía del mar, entonces todos corrieron para ver si había vuelto, pero cuando llegaron al lugar de donde venía su voz, se asombraron al ver que su hija se había convertido en una sirena.

Ella les dijo que en el mar se sentía mejor y que allí nadie la regañaba y que jamás saldría de ahí. Desde entonces sólo se acercaba cada año a decir lo feliz que era en el mar; pero después de algunos años, cuando volvió, ya no iba sola porque la acompañaban más sirenas y todas jugaban y cantaban dentro del mar.

Pasado algún tiempo, la sirena por fin perdonó a su mamá y le dijo que estaba agradecida con ella porque era muy feliz viviendo dentro del mar.

Luego de que su mamá muriera, sus hermanos le prometieron que jamás se irían de ese lugar y estarían allí siempre que ella regresara.

La lagaña del perro

Esta leyenda está relacionada con el día de los muertos y sucedió en la época en que los mayas estaban establecidos en la península de Yucatán. En ese día colocaban altares con comidas y bebidas para que las almas de los difuntos probaran todo lo que les gustaba.

Hubo un hombre que tenía mucha curiosidad por saber si en verdad los muertos venían a comer, así que pensó mucho en cómo podía verlos. Una bruja le había contado que los perros podían observar a los espíritus, así que se le ocurrió que, si frotaba los ojos de los perros con un pañuelo y luego lo tallaba en sus ojos, lograría verlos. Aunque algunos le advirtieron que no lo intentara porque le podía llegar a pasar algo malo, él no les hizo caso alguno.

Esa misma tarde, luego de poner un altar para que los muertos pudieran venir, se talló los ojos con el pañuelo y después se escondió en un rincón de su casa a esperar que algo pasara. No tardó mucho cuando empezó a oír muchas voces afuera de su casa. Escuchaba que algunas mujeres cocinaban y también niños jugando y riendo. Él ya estaba muy asustado, de pronto se abrió la puerta y las personas entraron dirigiéndose hacia el altar; pero entre esas personas logró reconocer a su hermana que había fallecido tiempo atrás. De pronto vio que se acercaba al rincón donde estaba para reclamarle.

—¿Por qué te has atrevido a querer vernos? ¿Por qué lo has hecho? Por hacer esto tendré que llevarte conmigo. 

No fue hasta el otro día cuando algunos se preocuparon al no verlo salir de su casa, por lo que entraron para saber si se encontraba bien, pero fue muy grande su sorpresa al encontrarlo en un rincón, ya muerto, con una mueca de horror.

La carreta

Esta leyenda ocurrió hace mucho tiempo en una pequeña carretera antes de llegar a un pueblo llamado Sotuta. Por las noches las pocas personas que se atrevían a pasar por ahí escuchaban el ruido de una carreta jalada por caballos que relinchaban, pero nadie lograba verla, lo que provocaba un gran temor en los habitantes de los pueblos cercanos. Debido a esto, nadie se atrevía a pasar por ese lugar de noche.

En cierta ocasión, el delegado de un pueblo cercano se vio en la necesidad de enviar un telegrama urgente a Sotuta. Para llegar a dicho pueblo era necesario pasar por la carretera embrujada, pero nadie quería ir por temor a los espíritus nocturnos.

Ya habían pasado varias horas y el delegado estaba a punto de darse por vencido y no enviar el telegrama, sino hasta el día siguiente en la mañana, pero de repente una voz aguardentosa se escuchó a lo lejos. Era el borracho del pueblo, el cual, por unas botellas, se ofreció a llevar dicho telegrama. No habiendo otra opción, el delegado envió el telegrama con la condición de que el borracho le trajera la respuesta del otro pueblo inmediatamente para que le pudiera entregar las botellas. 

El borracho, envalentonado por el alcohol, marchó decidido hacia el pueblo y llegó sin problemas cruzando por la carretera embrujada; pero al volver por el mismo camino, justo a media noche, escuchó el ruido de una carreta que se movía estrepitosamente y era arrastrada por caballos relinchando. El hombre, temblando de miedo, tomó el último trago de la botella que llevaba y, dándose una vez más valor por el alcohol, decidió preguntar:

—¿Qué quieres? ¿Por qué me asustas?

De repente el silencio cubrió una vez más la noche fría y desde lo lejos se oyó una voz que parecía venir del más allá, la cual dijo: 

—Yo estoy cuidando un tesoro, pero ya me he cansado de hacerlo y como tú eres el único que se ha atrevido a preguntar te lo entregaré a ti. ¿Ves aquella ceiba en la orilla del camino? Deberás cavar y allí encontrarás tu recompensa.

El borracho ni tonto ni perezoso inmediatamente comenzó a cavar y allí encontró muchos cantaros antiguos rellenos de varias monedas de oro y plata, entonces el borracho decidió guardar el tesoro y cumplir con la entrega de la respuesta del telegrama al delegado y reclamar las botellas que le habían prometido como pago, para que nadie sospechara del tesoro. A partir de ese día, nadie volvió a ver al borracho valiente y jamás se volvieron a escuchar aquellos ruidos en la carretera hacia Sotuta.

Se cuenta que, en lugar de eso, se oye a un hombre balbucear algo, como si estuviera borracho, pero nadie lo ha visto, lo que ha hecho suponer que en realidad ahora él cuida el tesoro o, tal vez, se quedó cerca del lugar a disfrutar su fortuna, la cual gasta en botellas y botellas de ron.

La princesa y el viento

Un cacique tenía una hija tan preciosa que todos los jóvenes del pueblo la pretendían. Pero sucedió que el viento también se enamoró de ella, por lo que un día vino y en medio de un remolino se la llevó, guardándola en un bosque. Cuando la joven, después de muchas penalidades, pudo regresar a casa, su padre le dijo:

—Hija, a nadie hables de tu pena.

Pero la niña, por callar su pena, se hizo fea y nadie volvió a pretenderla. Un día llegó al pueblo el hijo de otro cacique y como vio a la niña tan dulce y tan callada, la pidió como esposa.

—¿Cómo es posible que quieras casarte con una joven tan fea? —le preguntaron sus amigos.

—La amo con todo mi corazón —sólo respondía. 

Entonces se casaron. 

El día de la boda se presentó una bruja. La gente le tuvo miedo y hasta algunos trataron de echarla del pueblo, pero la niña no lo permitió, pues se acercó a ella, la abrazó, la besó y le rogó que fuera su madrina. Y así fue.

Cuando la joven, del brazo de su marido, salió de la iglesia, todos se quedaron asombrados, pues había vuelto a ser la más bella de las muchachas del pueblo. Vino entonces el viento y se llevó a la bruja que, en el cielo, se convirtió en una paloma.

Pikit y Sac Muyal

Una muchacha maya llamada Pikit —abanico—, un día se fue a pasear a las orillas de la selva, cuando de pronto apareció Sac Muyal y, sin pensarlo dos veces, la raptó. Ki’ikmakkun —alegría—, era el novio de la muchacha y, al no encontrarla en todo el día, temió lo peor y fue en su búsqueda. En sus andares por el campo se encontró con una serpiente que le dijo que si le sacaba sangre y se la bebía, lo ayudaría a encontrar a la joven. 

Caminaron juntos, pero la serpiente se quedó dormida y el joven tuvo que pegarle con un palo para que volviera a reptar. Poco después, se encontró con un monte al que no pudo subir. Luego se encontró con una anciana que le dijo que le arrancara un cabello y lo tirara para formar un camino por el cual podría subir al monte. Así lo hizo y subió tranquilamente. Cuando llegó a las orillas de un lago en la cima del monte, salió un venado que le dijo que arrojara una piedra para poder cruzarlo; la aventó y, en seguida, se transportó al otro lado del lago. Ahí se le apareció una hermosa águila que le indicó que se llevara una de sus garras. Al llegar a un saramuyo, a Ki’ikmakkun le cayó una gota de savia en los ojos y quedó ciego. En eso apareció un escarabajo que le dio una bolita de tierra y le dijo que se la restregara sobre los ojos. Hecho eso el muchacho recobró la vista.

Siguió su camino y llegó hasta una cueva donde se encontraban la serpiente, la anciana, el venado, el águila y el escarabajo. La anciana tomó la palabra y le dijo que su viaje había terminado, que entrara a la cueva y ahí encontraría a Pikit. El venado le ordenó que la tocara con la piedra, el águila le dijo que hiciera lo mismo con la garra, el escarabajo le recomendó frotarle la bolita de tierra por los ojos y, finalmente, serpiente le aconsejó mojarla con el agua de la calabaza. Ki’ikmakkun hizo lo que le dijeron y enseguida perdió el conocimiento. Cuando al fin despertó, el joven tenía en sus brazos a Pikit la que había sido raptada por el horrible Sac Muyal, el espíritu malvado.

La leyenda maya del colibrí

Los mayas más viejos y sabios, cuentan que los dioses crearon todas las cosas de la Tierra y a cada animal, a cada árbol y a cada piedra le encargaron un trabajo. Al terminar, notaron que no había nadie encargado de llevar los deseos y los pensamientos de un lado a otro.

Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal, tomaron una piedra de jade y tallaron una flecha. Era una flecha muy chiquita. Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la flechita salió volando. Los dioses, habían hecho un colibrí.

El pajarillo era tan frágil y tan ligero que podía acercarse a las flores más delicadas sin mover uno solo de sus pétalos. Sus plumas brillaban bajo el sol como gotas de lluvia y reflejaban todos los colores.

Entonces los hombres trataron de atrapar al pájaro precioso para adornarse con sus plumitas. Esto hizo enojar a los dioses, quienes dijeron: 

—¡Si alguien lo atrapa, el colibrí morirá!

Por eso, nunca nadie ha visto un colibrí en una jaula ni debe estar en la mano del hombre. Así, el misterioso y delicado pajarillo pudo hacer tranquilo su trabajo: llevar de aquí para allá los pensamientos de los hombres. Si te desean un bien, él te trae el deseo; si te desean un mal, él también te lo traerá.

Si un colibrí vuela alrededor de tu cabeza, no lo toques. El tomará tu deseo y lo llevará a los otros; piensa bien y desea cosas buenas para todos. Por algo pasa el colibrí por tu camino; puede ser por bien o puede ser por mal.

Y si alguna vez encuentras a un colibrí malherido, podrás tocarlo y ayudarle. En ese caso, cuando emprenda de nuevo el vuelo, por haber sido bueno con él, los dioses te lo recompensarán.

La Paloma Torcaz

Había una vez un guerrero valiente y apuesto que amaba la caza, por lo que, con frecuencia, iba por los bosques persiguiendo animales. En una de sus cacerías, llegó junto a un lago y, lleno de asombro, contempló a una mujer bellísima que navegaba en una canoa.

El guerrero quedó tan enamorado que, muchas veces, volvió al lugar con el ánimo de verla; pero fue inútil: ante sus ojos, sólo brillaron las aguas del lago. Entonces, pidió consejo a una hechicera, la cual le dijo:

—No la verás nunca más, a menos que aceptes convertirte en palomo.

— ¡Sólo quiero verla otra vez!

— Si te vuelves palomo, jamás recuperarás tu forma humana.

— ¡Sólo quiero volverla a ver!

—Si así lo deseas, hágase tu voluntad.

La hechicera le clavó en el cuello una espina y, en el acto, el joven se convirtió en palomo. Este levantó el vuelo, fue al lago, se posó en una rama y, al poco rato, vio a la mujer. Sin poderse contener, se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos.

La mujer lo tomó entre sus manos y, al acariciarlo, le quitó la espina que tenía clavada en el cuello. Nunca debió haberlo hecho pues el palomo inclinó la cabeza y cayó muerto.

Al ver esto, la mujer, desesperada, se hundió en el cuello la misma espina y se convirtió en paloma, quien, desde aquel día, llora la muerte de su palomo.

La Tristeza del Maya

Un día los animales se acercaron a un maya y le dijeron:

—No queremos verte triste, pídenos lo que quieras y lo tendrás.

El maya dijo:

—Quiero ser feliz.

La lechuza respondió:

— ¿Quién sabe lo que es la felicidad? Pídenos cosas más humanas.

—Bueno —añadió el hombre—, quiero tener buena vista.

El zopilote le dijo:

—Tendrás la mía.

—Quiero ser fuerte.

El jaguar le dijo:

—Serás fuerte como yo.

—Quiero caminar sin cansarme.

El venado le dijo:

—Te daré mis piernas.

—Quiero adivinar la llegada de las lluvias.

El ruiseñor le dijo:

—Te avisaré con mi canto.

—Quiero ser astuto.

El zorro le dijo:

—Te enseñaré a serlo.

—Quiero trepar a los árboles.

La ardilla le dijo:

—Te daré mis uñas.

—Quiero conocer las plantas medicinales.

La serpiente le dijo:

—¡Ah, eso es cosa mía, porque yo conozco todas las plantas! Te las marcaré en el campo.

Y al oír esto último, el maya se alejó.

Entonces, la lechuza les dijo a los animales:

—El hombre ahora sabe más cosas y puede hacer más cosas, pero siempre estará triste.

Y la chachalaca se puso a gritar:

—¡Pobres animales! ¡Pobres animales!

Leyendas mayas de Animales

Para los mayas, observadores natos de la naturaleza, bastaba con sentarse a la sombra de un árbol, escuchar con atención los sonidos del viento y mezclar un poco de realidad y mucha imaginación para crear historias únicas que transmitían, de boca en boca, hasta nuestros días.

Comencemos con la leyenda del xkokolché —ruiseñor—, un ave que, por tener un plumaje opaco y color cenizo, era despreciada y reservada a tareas domésticas en la casa del chacdzizib —cardenal—, que destacaba por la belleza de su plumaje rojizo. Cuando el cardenal decidió aprender a cantar, sus padres contrataron como maestro al pájaro clarín, sin tener grandes resultados. Pero en secreto, desde la cocina, el xkokolché aprendía las lecciones y todas las noches deleitaba a los animales con su maravillosa voz. En una ocasión, el cenzontle descubrió al xkokolché y decidió liberarlo y así se convirtió en el ave con el canto más hermoso del Mayab. Por eso, si escuchas un canto que te cautiva, seguramente es del xkokolché.

Si has pasado una noche en el campo y has visto una chispa de luz moviéndose entre la yerba, es cocay —luciérnaga—. ¿Quieres conocer la historia que cuenta el origen de su luz? 

Hace mucho tiempo había un hombre muy querido por todos, pues, con tan solo frotar una piedra verde lograba curar las enfermedades de quienes acudían a sus consultas. Un día perdió la piedra, entonces reunió al venado, a la liebre, al zopilote y al cocay para que lo ayudarán a buscarla. Con gran dedicación, el cocay buscaba pacientemente en cada rincón y cueva, en tanto que la liebre corría tan deprisa y el zopilote volaba tan alto que no la hallaban. En cambio, el venado la encontró y su ambición le hizo tragársela para ser él quien curara a todos. Sin embargo se enfermó y la devolvió. Finalmente, el cocay encontró la piedra y la entregó. El curandero, agradecido, le dio una luz que ahora sale de su cuerpo representando la nobleza de sus sentimientos y lo brillante de su inteligencia y que la acompañará siempre para guiar su camino. Hermoso, ¿verdad?

Otra ave misteriosa que siempre anda sola y deambula entre los pueblos es el tunkuluchú —búho—. Respetada por las demás aves por su prudencia y serenidad, fue invitada a una fiesta real. Bajo los efectos del balché —una bebida ligeramente embriagante— fue asediada por un hombre que le jalaba las plumas y le pinchaba las patas causando risas y burlas entre las demás aves. Avergonzada, juró vengarse. Aprovechando su gran olfato, desde entonces se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces para asustar a los hombres. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el indio muere.

Estas son algunas leyendas mayas de animales que seguramente han despertado tu imaginación, estamos seguros que las recordarás cada vez que veas a un ruiseñor, a un búho o a una luciérnaga.

Las Vírgenes Hermanas de Izamal

Entre las leyendas y milagros que se le atribuyen a la Virgen Itzalana, reina de Yucatán, uno de los más conocidos y antiguos es el que, según se cuenta, se efectúa cada 8 de diciembre desde hace casi dos siglos.

En esa fecha, durante la madrugada, se cambian de lugar las dos vírgenes: la que pasa el año en el camarín se traslada a un aposento debajo de la pirámide maya Kinich-Kakmó y la que ahí se encuentra debe ocupar por un año el camarín.

Al suceder esto, las calles por donde pasan las vírgenes, al cambiarse de lugar, quedan olorosas a flores, lo que se percibe hasta las primeras horas del día siguiente.

¿A qué suceso se refiere la leyenda que da motivo a esta tradición? Pues bien, como es sabido, al trasladarse fray Diego de Landa a Guatemala con el encargo de los izamaleños de traer una imagen de la Santísima Virgen para el convento, recibió de su superior de Mérida la orden traer otra para el convento de ahí, lo cual se hizo.

Las dos imágenes eran iguales en todo: tamaño, belleza, detalles y, desde luego, el pueblo las bautizó como Las dos hermanas.

Una se quedó en el Superior Convento de Mérida y la otra fue traída a Izamal. Pero el 16 de abril de 1829 en un intempestivo incendio en el convento de esta ciudad se destruyó el altar y la imagen que se encontraba en él.

A petición del pueblo y autoridades civiles y eclesiásticas, fue traída la imagen que obraba en poder de Narcisa de la Cámara, que es la que aún persiste.

La leyenda cuenta que unos años antes del fatídico incendio en el convento, al ser retirada la orden franciscana del país, por mandato real, todos los conventos a su cargo pasaron al poder del clero secular. Fue entonces cuando entró al servicio de la iglesia de este lugar, como sacristán, un indígena al que llamaremos José Chuc.

Él tenía a su cargo la limpieza de la iglesia y el camarín, en el que pasaba largas horas, lo cual llamó la atención del sacerdote a cargo del templo. Éste, dominado por la curiosidad, empezó a vigilar la conducta de José, pues siendo el camarín más pequeño que la iglesia, no se explicaba por qué tardaba tanto en él. De esa manera descubrió que José se pasaba largas horas postrado ante la Virgen platicando con ella, aun cuando nunca se oía qué le contaba.

Corrió la voz de lo que sucedía y el pueblo, siempre irónico ante esas opiniones, le puso a José, en forma burlesca, el mote de “místico”. A él pareció no importarle la forma en que era llamado y siguió su vida de siempre.

Pasó el tiempo y llegó el fatídico 16 de abril de 1829. Se cuenta que ese día, al ser llamada la población al son de las alarmantes campanadas de la iglesia que anunciaban incendio, al llegar los habitantes de Izamal ya no había qué hacer, pues el altar y el camarín estaban totalmente cubiertos por llamas. Desde ese día desapareció José.

La gente pensó que se había muerto entre las llamas, tal vez para defender a la Virgen que tanto había demostrado querer. Aun cuando muchos buscaron entre los escombros, no se encontró nada que indicara que José y la Virgen se hubieran quemado. Posteriormente fue traída a Izamal la Virgen existente en Mérida. Ya estando ahí, llegó diciembre de ese año, mes en el que se celebra la fiesta en su honor, del 1 al 8.

Desde el primer día de diciembre corrió por la población una sorpresiva noticia: “José está otra vez en Izamal”, exclamaba la gente. ¿A qué vino y dónde estaba?, era la pregunta general.

José, el “místico”, se presentó en el templo y le explicó al sacerdote que sólo pasaría en la ciudad los ocho días de la fiesta y que se ponía a disposición del padre como sacristán y guardián del camarín. Fue aceptado, desde luego, pues todos sabían de su capacidad para esa labor. Terminada la fiesta, José desapareció de Izamal prometiendo volver al año próximo para trabajar en la iglesia los mismos días y en la misma forma.

Esta costumbre siguió por varios años, pero comenzaron a correr por la población extraños rumores. Se decía que en horas de la madrugada, de cada 8 de diciembre, se veía salir a José de la iglesia de Izamal y se dirigía al cerro Kinich-Kakmó, llegaba a la parte oriente de la base del mismo y en una oquedad, que ahí existe, desaparecía. Al poco tiempo se le veía salir y volver al convento por las mismas calles. Momentos después salía nuevamente de la iglesia y repetía el viaje exactamente igual que el anterior. Y que después del segundo viaje, las calles por donde pasaba quedaban olorosas a flores.

Pasaron los años, José estaba anciano ya, pero persistía en cumplir su servicio anual a la iglesia, con su extraña costumbre, hasta que en una ocasión, se dice que después de cumplir sus viajes del cerro al convento, a las pocas personas que encontró ahí y que eran conocidas, les indicó que era el último año que venía a Izamal, pero que aún en su ausencia, observarían que en las calles por donde pasaba en sus extraños viajes cada 8 de diciembre en la madrugada, “seguirían como antes oliendo a flores”.

Además, dijo que al fin había sido autorizado a revelar un secreto celosamente guardado hasta entonces y era que, aquel fatídico 16 de abril, cuando se quemó la iglesia, él se encontraba trabajando en la parte posterior del edificio y, antes de que alguien se diera cuenta de las llamas, oyó una voz que le decía: “Sálvame José, soy la Virgen”. Entonces se dio cuenta de una tenue luz que lo seguía y, no sabiendo a donde ir, dirigió sus pasos hacia el cerro Kinich-Kakmó y en la oquedad que éste tiene en el lado oriente penetró acompañado de la Virgen.

Por temor a lo que pasó en esa ocasión, se ausentó de Izamal pensando no volver nunca más. Pero un día, en el lugar donde fue a refugiarse, escuchó nuevamente aquella voz, vio la tenue luz y recibió la orden de ir a Izamal cada año para los días de fiesta y no irse de ahí hasta no acompañar a las dos hermanas en el cambio anual de lugar, en el cual él estaba presente.

También indicó que nadie debería atreverse a entrar a la cueva del cerro donde se refugia una de las vírgenes, pues debajo del mismo hay un cenote con una pequeña isla en el centro y, en el agua a su alrededor, habita como guardián una enorme serpiente que se comería a cualquiera que se acercara.

Eso dice la tradición que contó José Chuc el último año que se le vio en Izamal, pues nunca volvió. Se dice que hasta ahora, cada 8 de diciembre, en horas de la madrugada, en las calles que comunican al convento con el cerro Kinich-Kakmó se siente un olor a flores, aun cuando no se ve pasar a nadie.

La casa embrujada de Valladolid, Yucatán

Existe una leyenda que cuenta la serie de desagradables sucesos que atestiguó un joven en un predio que se ubica enfrente de la Cruz Roja.

Su nombre es Emmanuel, quien vivía en Valladolid mientras estudiaba su carrera profesional. Estaba en el segundo año de la Universidad y decidió juntarse con dos amigos que lo invitaron a vivir con ellos. 

La casa era grande, con tres cuartos y un pasillo largo. Los cuartos estaban al costado, y al final se ubicaba la cocina. Había un pequeño patio y toda la casa estaba bardeada sin áreas verdes. La casa se localiza a la salida de Valladolid, en frente de la delegación de la Cruz Roja.

Emmanuel era un joven muy precavido en todas las cosas, en especial con los ladrones. Lo primero que hacía era cerrar la puerta de adelante, pues tenía varios candados y pasadores, hasta que un vecino que pasaba por enfrente le dijo: 

—¡No le pongas tanto candado porque luego no vas a poder salir corriendo!

Pero el joven, no entendió a qué se refería.

El primer día se durmió en la sala porque hacía mucho calor. En esa ocasión no escuchó nada extraño; al segundo día oyó, alrededor de las cuatro de la mañana, que alguien empezaba a correr por el techo. Era octubre o noviembre, por lo que era temporada de papalotes, y, como a lado de la casa vivían niños, lo primero que pensó fue que eran ellos; aunque le pareció que no tenían nada mejor que hacer como para despertarse a esas horas de la madrugada a levantar papagayos.

Al día siguiente, lo mismo, y así estuvo todos los días, a la misma hora, hasta que una vez que estaban en la cocina, escucharon cómo se cayó la antena de la televisión que estaba en el techo. Sonó el tubo al chocar en el techo y de inmediato se fue la señal en los televisores. Eran las dos de la madrugada, pero ya no querían salir a ver qué había pasado. Al día siguiente subieron y descubrieron que la antena estaba bien puesta; entonces, ¿qué se cayó?, ¿qué sonó tan fuerte? ¿Por qué se fue la señal?

En ese momento, el mismo vecino que le había dicho a Emmanuel de los candados, iba pasando por ahí y les contó lo que en realidad estaba ocurriendo: 

—Les voy a decir, pero no se vayan a asustar. Lo que pasa es que en esta zona asustan, yo he estado viviendo dos años acá y ya me acostumbré. De repente estoy trabajando y me avientan las cosas, cuando me voy a bañar escucho pasos afuera o me tiran la toalla.

Luego de esta confesión, que dejó a los jóvenes un tanto nerviosos, todo se empezó a intensificar. 

Una noche, Emmanuel se durmió en la sala y a la misma hora —cuatro de la mañana— escuchó cómo se aproximaba alguien desde la cocina; despertó, pero no podía voltear a ver. Eso pasaba casi a diario hasta que una vez se armó de valor y volteó. Entonces se encontró con la silueta de una persona mayor.

Después de esto, durante el tiempo que estuvo ahí, al cuarto mes, ya estaba harto. Se sabe que sus amigos también escuchaban los ruidos y varias veces vieron la silueta, pero ninguno decía nada por pena a que no le creyeran, sin saber que compartían las mismas experiencias dentro de la casa.

Emmanuel sólo vivió seis meses ahí, porque ya no aguantó más y decidió irse. Actualmente nadie vive en ese lugar.

Tiempo después, Emmanuel conoció a un joven que trabajaba en la Cruz Roja, o sea, enfrente de la casa mencionada, y le dijo que en esa casa habían muerto tres personas, primero una joven a la que atacaron hasta quitarle la vida en la cocina. Luego, un muchacho se suicidó con el primer abanico de la sala. Por último, la dueña del predio, una viejita a la que nadie iba a visitar, murió en soledad y fue hasta que percibieron el olor de la descomposición del cadáver que la descubrieron.

El anterior dueño de la casa vivía en el antiguo camino a Valladolid; de hecho, siempre rentaba la casa y se cree que los tres amigos fueron los que más duraron viviendo ahí. Pero todos coinciden en que el hombre sabía todo lo que ocurría en esa casa, pero nunca decía nada y prefería que los inquilinos lo descubrieran por sí mismos.

La mestiza y la perra

Ésta es una leyenda que se cuenta desde hace muchos años en un lugar cercano a la ciudad de Mérida, Yucatán. Se dice que vivía en el lugar una mestiza con un bebe y una perra. La mujer no tenía a nadie más en el mundo. Era también muy pobre y todos los días tenía que encaminarse a un lejano pozo para llenar los cántaros. Recorría ese camino una y otra vez, hasta no poder más.

Un día como cualquier otro, se rompió la rutina, pues el bebé no paraba de llorar, lo hacía tan desesperadamente que la mujer dudaba en ir al pozo por el agua, pero como sabía que tenía que hacerlo, intentó callar al niño sin resultado. Como tampoco podía llevarlo con ella, cayó presa de la angustia y se desquitó con la perra, gritándole maldiciones: 

—¡Maldita perra! lo único que haces es estar echada! Si tan solo me ayudaras a dormir al niño, pero ni para eso sirves —le reclamó al inocente animal.

Después del mal rato, la mujer salió enojada de la casa rumbo al pozo, cuando venía de regreso, a lo lejos empezó a escuchar una hermosa voz. Entonces se dio cuenta de que el tierno sonido angelical salía de su casa; pero al abrir la puerta no imaginaba lo que encontraría: la perra estaba parada en dos patas meciendo al bebe que descansaba en la hamaca, lo arrullaba para que no llorara, mientras le cantaba una dulce canción con aquella melodiosa voz.

La impresión de la mestiza fue tal que los cántaros cayeron de sus manos, el susto no abandonaba su cuerpo haciéndola temblar y al mismo tiempo quedarse inmóvil en la puerta. Los demás cantaros que ya había cargado empezaron a caer también, como si alguien los pateara. Sorprendentemente, comenzó a salir de ellos una cantidad de agua tan abundante que ni en el mismo pozo había visto brotar con tanta intensidad.

El lugar se inundó, convirtiéndose en un ojo de agua, donde cualquiera que entre muere ahogado en circunstancias sospechosas. Dicen, los que han estado suficientemente cerca, que se ve en el fondo del agua clara, a la mestiza, al niño y a la perra.

El pájaro Toh

Hace mucho tiempo, el Toh era uno de los pájaros que vivían en el reino de las aves de la tierra maya.

En aquel entonces, tenía una larga, delicada y brillante cola de muchos colores, que lo hacían verse tan hermoso como el mismo rey Kukul. Por eso era admirado por las otras aves. Pero esto lo volvió orgulloso y arrogante.

En lugar de trabajar, se reunía con otros pájaros reales en las más frescas profundidades de la selva, donde pasaba todo el día contando historias y alimentándose, en las tardes, de insectos y lagartijas. Aún entonces, el Toh pedía a sus compañeros que le buscaran la comida para no maltratar las plumas de su larga y hermosa cola.

Una tarde, unas nubes negras aparecieron en el cielo anunciando tormenta. Se convocó entonces a una reunión de emergencia entre las aves para protegerse, asignando a cada una su tarea específica.

Chujut, el carpintero; Panchel, el tucán y Mox, Xtut y Exikin, los pericos y guacamayos, se dedicaron a cortar ramas para construir un refugio. Bach, la chachalaca y Cutz, el pavo de monte, llevaron las ramas más pesadas. Los pájaros pequeños, como cuervos, se encargaron de juntar pastos y pequeñas plantas para cubrir el refugio.

Otras aves recolectaron frutos y semillas como alimento, y algunas más se dedicaron a alertar a los animales de la selva. Entre todas ellas Oc, el zopilote rey, actuó como jefe.

Sólo el pájaro Toh se negó a realizar cualquier trabajo, alegando ser “un aristócrata, no un obrero”. Las demás aves le decían que todos lo iban a sentir mucho si la tormenta los encontraba desprevenidos y lo apuraban a trabajar con ellos. Indignado el elegante pájaro tomó su lugar entre los constructores del refugio. Pero no pasaron muchos minutos y ya se sentía cansado y sudoroso, de modo que esperó a que nadie lo viera y se escapó metiéndose entre los arbustos cercanos.

Ahí encontró un buen sitio para esconderse: las grietas de una pared de piedra. Se metió en el agujero, se acurrucó y se dispuso a dormir. Convencido de la efectividad del escondite, no se dio cuenta de que su larga cola colgaba fuera del refugio, sobre un camino donde los trabajadores pasaban con su carga.

Tiempo después, el pájaro Toh se despertó y escuchó a los otros pájaros cantar. La tormenta había terminado sin hacer mucho daño y todo el reino de las aves se regocijaba por la buena suerte. Salió de su agujero y voló hacia el refugio, donde preguntó a las demás aves si también se sentían cansadas como él luego del exhaustivo trabajo realizado. Todos los pájaros asintieron, pero aseguraron que la labor fue necesaria para salvar el bosque y a sus habitantes de lo que pudo convertirse en un gran desastre.

Entonces, los pájaros reales llamaron al Toh y juntos volaron a su lugar favorito para posarse entre la selva. Como siempre, el Toh se colocó en el sitio más alto del grupo, para que todos pudieran admirar su hermosa cola. En eso, uno de los compañeros del grupo se empezó a reír de Toh, señalando su cola. Poco a poco todas las demás aves hicieron lo mismo, diciéndole: 

—Tu cola está arruinada. Seguramente la dañaste cuando trabajabas tanto como dijiste.

El pájaro Toh estaba seguro de que aquello era una broma, hasta que se miró y vio sólo dos largas varas desnudas colgando y terminando en un pequeño conjunto de plumas, como dos flechas.

Horrorizado, se dio cuenta de lo que había ocurrido mientras dormía. El engreído pájaro reconoció su culpa, pero no podía soportar que sus amigos supieran la verdad. Su orgullo pudo más que él y se alejó volando hacia la parte más inaccesible de la selva. Ahí cavó un hoyo y se metió en él.

Hasta nuestros días, el Toh permanece como recluso en la selva, evita a las otras aves y hace su casa en los agujeros de las cuevas que dan acceso a Xibalbá —inframundo—.

La Esquina del Venado de Izamal

Se dice que a un pordiosero le dio por dormir todas las noches a la puerta del zaguán de la casa de Don Rodrigo Jesús de la Plata y Albornoz, quien al enterarse de lo que sucedía, lo mandó a retirar despectivamente en repetidas ocasiones, pues Don Rodrigo era considerado como un hombre duro, insensible y de poco corazón.

Una de aquellas mañanas, en que ya era una costumbre echar al pordiosero, Gaspar, el criado de confianza de Don Rodrigo, le comentó con asombro lo que la gente contó una noche antes: 

—Vieron durmiendo en el lugar acostumbrado al pordiosero y hoy amaneció en el mismo sitio un hermoso venado que, hasta ahora, a pesar del alboroto y toda la gente que lo observa, continúa echado en el zaguán de esta casa como si estuviera en la suya.

Don Rodrigo escuchó asombrado aquello y, vistiéndose rápidamente, salió al frente de la casa y vio exactamente lo que minutos antes se le había informado. Para terminar con aquel alboroto, Don Rodrigo mandó a que el animal fuera metido al interior de la casa. Pasó el tiempo y se decía que aquel venado era el alma del pordiosero que, habiendo recibido malos tratos de Don Rodrigo, la noche del 8 de diciembre, mientras era testigo de que se cambiaban de lugar las dos Vírgenes —tradición que se cuenta en este libro en la leyenda “Las Vírgenes Hermanas de Izamal”—, el pobre mendigo les había hablado y que éstas, conmovidas por lo que sufría el pobre mendigo, habían llevado su alma al cielo.

Desde ese día, el carácter de Don Rodrigo se suavizó, dedicando sus bienes a ayudar a su prójimo y se decía que aquel hermoso animal no se separaba nunca de él. Los criados, incluido Gaspar, escuchaban que por las noches, a solas, Don Rodrigo y el venado platicaban tranquilamente. Al morir Don Rodrigo, una mañana del 9 de diciembre, se cuenta que al entrar Gaspar a su alcoba llevándole el desayuno, lo encontró en su lecho ya muerto con una expresión de tranquila beatitud en el rostro y, como siempre, a sus pies el venado, también muerto, como si no quisiera separarse de él ni aún en esa hora fatal.

El Cenote Zaci

Antes de la llegada de los españoles existía un cacicazgo asentado en la antigua ciudad maya Zaci —nombre maya de Valladolid que significa gavilán blanco—: el imperio de los Cupules y los Cocomes.

Dentro de la ciudad se encontraba un cenote que llevaba el también el nombre de Zaci, desde mucho antes de la Conquista.

Sobre su bóveda estaba la vivienda de la x-men —curandera y hechicera— del pueblo. Era la patrona de la familia Cocom, anciana poderosa e influyente. 

Desde siempre, habían existido en Valladolid —Zaci— dos familias que se disputaban permanentemente el poder. El cacique Halach-Huinic del pueblo —el hombre verdadero— era el que gobernaba en ese tiempo y tenía un hijo llamado Hul-Kin —rayo de sol—, perteneciente a la familia de los Cupules.

La nieta de la hechicera, al nacer, había quedado huérfana y por ello la abuela la quería aún más, ya que en ella veía a sus dos amores: su hija y su nieta, que le habría de alegrar su vida cansada: la hermosa Sac-Nicte —flor blanca—.

Al principio Hul-Kin y Sac-Nicte se odiaban y peleaban por el poder de la antigua Zaci. Al llegar a su juventud, surgió entre ellos una amistad que más tarde se convirtió en un apasionado amor, siendo más grande y avasallador el sentimiento de ella hacia al príncipe, pues Sac-Nicte era inocente y pura.

A través del tiempo, sin saberlo la hechicera y el cacique, ellos se veían a escondidas. Al paso de los meses ellos se entregaron su virginidad y pureza. A pesar de que guardaban en secreto su amor, el cacique se enteró y envió a su hijo a vivir en un pueblo del sur de la península con cuyo cacique ya había tratado una alianza: casar a Hul-Kin con la princesa de aquel lugar.

Desde su separación, la alegría escapó del alma de Sac-Nicte. Sus ojos perdieron el brillo de la ilusión y entre llantos le narró a su abuela el secreto. Estaba embarazada y no quería vivir más. La abuela, afligida y preocupada, le prometió que con la ayuda de los dioses y sus hechizos le traería de vuelta a Hul-Kin.

Con el tiempo el joven se olvidó de Sac-Nicte. Su nuevo amor y prometida también era muy bella. Por ello, la hechicera, con muchas fuerzas, todas las noches de luna llena quemaba copal y pedía ayuda a los dioses. Hacía sortilegios y suplicaba a la vez exigiendo la presencia de Hul-Kin para devolverle la alegría al corazón de Sac-Nicte, la que, en la noche, como parte del ritual se bañaba desnuda en el cenote, siendo los animales nocturnos testigos mudos de su dolorosa esperanza.

El tiempo pasó y un día Sac-Nicte se enteró que Hul-Kin se casaba. Tomó una decisión y, una noche antes de la boda, amarró una piedra en su larga cabellera y se arrojó al cenote. Hul-kin sintió un fuerte dolor en el pecho que lo hizo regresar a Zaci esa misma noche, para descubrir lo que había ocurrido. 

La hechicera lloraba y maldecía. Hul-Kin se arrojó también al cenote, dejándose morir en el nombre del amor que le tenía a Sac-Nicte. La hechicera se acercó al borde de la bóveda y, tirando una flor de mayo blanca, gritó:

—¡Sac-Nicte, te he cumplido, te he traído a Hul-Kin y estará contigo para siempre! 

La hechicera puso una maldición en el cenote, la cual dice que, cada año, cuando el manto verde del agua se torne oscura, el cenote cobrará una vida en nombre de ese amor.

El cura y el gato

Cuenta una historia que en la esquina de las calles 67 con 60, a finales del siglo XIX, en la época porfiriana, en el predio donde actualmente se ubica una panadería, residía un cura de nombre Bernardo Briceño, quien era párroco de la iglesia de San Juan y vivía solo.

El padre Bernardo, de unos 70 y tantos años, era de carácter agrio y amargado y poco afecto a tener animales, como gatos o perros. Sólo tenía un canario.

Doña Rosita, una de sus vecinas, le hacía la limpieza de la casa y también le llevaba su comida, la cual le dejaba todos los días sobre la mesa.

Pero desde un tiempo atrás, el religioso había tenido algunos roces con un vecino, quien era un tahonero de nombre don Anselmo. Éste tenía numerosos gatos en su panadería para ahuyentar a los ratones que se comían la harina y el azúcar que le servían para fabricar sus panes. El problema del cura era que los felinos se metían a su casa y en ocasiones se comían sus alimentos, e incluso una vez habían derribado la jaula del canario y cerca estuvieron de matarlo, a no ser por el oportuno arribo de doña Rosita, quien logró salvar al pobre pajarillo. 

Pero uno de esos maulladores, al que el panadero llamaba Pudín, era el más molesto, pues continuamente entraba a la casa, tiraba cosas y le robaba la comida al padre.

Un domingo, después de dar misa en San Juan, el cura llegó a su casa hambriento, dispuesto a saborear el sabroso guisado que doña Rosita le había dejado servido sobre la mesa. Pero cuál fue su sorpresa al encontrar a «Pudín» devorando sus alimentos.

Furioso, el hombre de la sotana intentó acabar con el gato, el cual, asustado se fue a esconder a una de las habitaciones. Entonces, el padre tomó la tranca con la que aseguraba la puerta, dispuesto a golpear al felino que se había subido sobre un viejo armario y de pronto, cuando el cura se disponía a darle un golpe definitivo, la pequeña fiera, al sentirse acorralada, se le abalanzó al anciano dándole un certero arañazo en el cuello con tanto tino que le cortó la yugular. El viejo cura comenzó a sangrar mucho y terminó perdiendo el conocimiento.

El lunes por la mañana, doña Rosita, como era su costumbre, se presentó en la casa del cura y, al entrar, se encontró con la macabra escena. El padre Bernardo estaba tirado en el piso en medio de un charco de sangre, mientras el gato asesino lamía el cuello del muerto. 

El Mayab, la tierra del faisán y del venado

Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos. Sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y que quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. 

Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.

Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: 

—Tenemos que dar una noticia que les causará mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perdamos.

Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.

Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.

Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel. Ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar.

Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero, aun así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirían una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:

—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.

Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab.

Los Tres Reyes Magos

Tizimín es un sitio rico en tradiciones, pues ahí existen leyendas desde la época de los caciques mayas, en las que se habla de la conexión que tenía con las grandes ciudades mayas, de su supervivencia, de sus bodas, y de lo más importante: de la legendaria «Tierra del Tapir». 

Se cuenta que hace muchos años, en una isla de gran tamaño, tres señores deseaban embarcarse para dirigirse a Tizimín, la que, decían, era la mejor ciudad de oriente.

El capitán del barco se rehusaba a llevarlos en la travesía, por lo que tuvieron la hábil idea de convertirse en polizontes para convertir su sueño en realidad. De este modo los tres personajes lograron embarcarse. Ya en altamar los sorprendió una tormenta que propició que naufragara la embarcación. Poco tiempo después, frente a las playas de Yucatán, precisamente al norte de la ciudad de Tizimín, aparecieron tres estatuas pequeñas de aproximadamente un metro de altura. Los mayas las recogieron y las trasladaron a una cueva donde las veneraban y pedían ayuda para solucionar sus conflictos. Los mayas observaron que las miradas de las tres estatuas se dirigían, donde quiera que las pusieran, hacia Tizimín. Finalmente, los indios comprendieron que ese era el lugar donde deberían residir y, en efecto, lo hicieron. Durante el trayecto también notaron que cuando se desviaban de la ruta a Tizimín, no podían sostener a las estatuas sobre sus hombros y cuando retomaban el trayecto se ponían ligeras. Es así como, según la leyenda, llegaron las tres estatuas a Tizimín que, desde luego, ¡se trataba de los tres reyes magos!

El billete de doscientos pesos

La leyenda que relataremos sucedió en la Ciudad de Mérida. Se dice que atrás del Palacio Municipal, edificio situado en el poniente de la Plaza Principal y construido en 1736, se aparece, por la noche, una muchacha muy bella y joven. Es alta, delgada y con cabello largo y negro. Su color es blanco, más bien pálido. Siempre se le ve llevando una caja donde guarda sus pertenecías y un rozagante ramo de hermosas flores que parecen como recién cortadas.

Una noche, Joaquín, uno de los cocheros que manejaba una calesa de alquiler, se encontraba parado junto a la acera en espera de algún cliente que solicitara sus servicios, a pesar de ser ya bastante entrada la noche. Empezaba a aburrirse de la espera, cuando se dio cuenta que una joven se acercaba a la calesa con el propósito de abordarla. Inmediatamente, Joaquín se despabiló e invitó a la dama a subir. Una vez sentada en el asiento y colocada la caja que llevaba en el suelo, la mujer le indicó a Joaquín que la llevara a la Colonia Rosario. Aunque la tal colonia se encontraba un poco lejos, Joaquín no vaciló en llevar a la joven a la dirección que le pedía ir, pues el día había sido bastante flojo.

Al llegar a la dirección indicada, la pasajera descendió y le pagó a Joaquín con un billete de doscientos pesos. Como sólo eran ciento diez pesos, Joaquín le dijo a la mujer que no tenía cambio. Pero ella respondió que no se preocupara y que guardara el billete, pero que volviera al día siguiente a buscarla para realizar otro viaje.

Entonces el cochero se alejó para volver a su sitio detrás del Palacio Municipal, aun cuando ya no pensaba quedarse por mucho tiempo. Al día siguiente, Joaquín regresó a la Colonia Rosario con el fin de recoger a la pasajera nocturna. Tocó a la puerta, esperó un momento, al cabo del cual le abrió una mujer de mediana edad vestida de negro y con el rostro demacrado. Al ver a Joaquín le preguntó lo que deseaba. El hombre respondió que venía a recoger a una mujer a la cual había llevado la noche pasada. La mujer de negro se extrañó y le contestó que ahí no vivía ninguna chica. Joaquín, desconcertado, le describió a la dama la figura de la pasajera. Ante su asombró la mujer comenzó a llorar. Cuando estuvo más calmada, le explicó que se trataba de su hija, pero que ésta había fallecido hacía un año a raíz de la muerte de su hermano a quien idolatraba y cuya desaparición no había podido soportar.

Con mucho miedo, Joaquín se retiró, al subir en la calesa, metió la mano en su bolsillo para sacar el billete de doscientos pesos. ¡Cuál sería su sorpresa cuando se dio cuenta de que el famoso billete era una simple hoja de papel blanco!

El Tapacaminos y el Quetzal

Existe una leyenda muy curiosa que proviene del estado de Yucatán. Tiene como personaje central a un ave conocida con el nombre de Tapacaminos. Este pájaro es de color pardo con manchas blancas y negras en sus plumas, que son cortas. Es de tamaño pequeño y casi no puede caminar, pues sus patas se encuentran un tanto atrofiadas. Con las plumas, que tiene al lado del pico, caza a los insectos que le sirven como alimento. Sus grandes ojos le permiten ver perfectamente por la noche. En el día se oculta en los árboles. Al volar no hace ruido, lo que le impide a sus presas huir. Es un animal bastante feo al que le gusta esperar en las carreteras a los automóviles y los camiones. Cuando el vehículo está a punto de atropellarlo, el Tapacaminos emprende el vuelo evitando ser apachurrado.

Esta ave tan especial cuenta con una leyenda que a continuación relatamos. 

Cierto día, el gran emperador de la zona maya quiso averiguar quién era el rey de las aves. Para tal efecto, ordenó a sus subordinados que organizaran un concurso en el que participaran todas las aves que se creyeran, o fueran, hermosas, talentosas e inteligentes.

Entre las bellas aves que habitaban en la región se encontraba una que era especialmente fea y considerada por las demás como desagradable y de mala entraña. Había otra ave que era todo lo contrario: de bellas plumas de magníficos y deslumbrantes colores, buena como un sol, inteligente y muy talentosa para volar, era el original Tapacaminos. La pobre ave fea fue a visitarlo y le pidió que le prestara su encantador plumaje para poder participar en el concurso. Le juró que se lo devolvería en cuanto éste terminara. La hermosa ave, como era muy buena, no dudó en prestarle sus plumas a la fea.

El día del concurso, el feo pajarraco, engalanado con las plumas ajenas, se presentó muy presumida y exhibió su estupendo plumaje y dijo que su nombre era Quetzal. Ante tal maravilla, los jueces no dudaron en otorgarle el primero en belleza y darle el correspondiente premio. Al verse tan hermosa, el ave fea decidió que no le devolvería el plumaje a la otra y se fue huyendo muy quitada de la pena. El Tapacaminos la buscó por todas partes para exigirle que le devolviese sus coloridas plumas, pero nunca la encontró. Por eso es que cuando el actual Tapacaminos encuentra a alguna persona o animal, siempre pregunta: 

—¿No has visto al Quetzal? —con la esperanza de poder recuperar la belleza que perdió por ingenua y buena.

El despiadado patrón

La Hacienda de San Pedro Cholul se encuentra situada en el Municipio de Mérida, en el estado de Yucatán. 

A finales del siglo XIX y principios del XX, la hacienda se encontraba en pleno auge henequenero. La tradición oral nos cuenta que en el año de 1910, la hacienda pertenecía a un señor sumamente cruel, dueño y señor de la propiedad y de los campesinos que en ella vivían. Maltrataba a los peones, los explotaba, y los humillaba cuanto podía. Por supuesto que no les pagaba un salario, sino que de vez en vez, se asomaba al balcón y desde ahí les arrojaba a los trabajadores monedas que agarraban como podían.

Cierto día en que el patrón regresaba de un largo viaje a México, los peones se habían organizado y le esperaban enfurecidos con el fin de matarlo. Cuando llegó a la casa, lo bajaron del carruaje en que venía y lo machetearon frente a la puerta de la casa. Cuando el mal hombre se encontraba en el suelo muerto y sangrando, los trabajadores vieron, aterrados, que de los pantalones le salía una gran cola roja de diablo.

Desde entonces, las personas que viven en el pueblo cercano a la terrible hacienda viven con miedo, pues a partir de las cinco de la tarde se siente un ambiente macabro, oscurece como si fuera de noche y sopla un fuerte viento a la vez que se escuchan quejidos y siniestros murmullos, pero nadie quiere hablar del tema.

Por ser una casa embrujada que perteneció al Diablo, en el siglo pasado fue sede de grupos satánicos que practicaban rituales con cadáveres que robaban del cementerio del pueblo. Por el lugar todavía pueden verse restos óseos de animales y humanos, y ropa que perteneció a mujeres y hombres de todas las edades.

Los habitantes del pueblo aseguran que el lugar en donde se ubica la hacienda es una puerta al Infierno. En una de las paredes se encuentra dibujada una estrella de cinco picos, acompañada de un letrero en inglés que dice: ¡Bienvenido Satán!

La leyenda de los Panuchos

El panucho es uno de los antojitos de la gastronomía tradicional de Yucatán. Tiene su origen en Mérida, la capital del Estado, frente a la Ermita de Santa Isabel, cerca del aguerrido barrio de San Sebastián. 

Cuenta la leyenda que, en el siglo XVIII, sobre el Camino Real había una hostelería para viajeros y don Ucho atendía a los paseantes que cruzaban el rumbo.

Se dice que, en una ocasión, unos viajeros llegaron de madrugada de Campeche, se detuvieron, tocaron la aldaba del conocido lugar y suplicaron les vendieran algo para comer. Don Ucho, quien vivía y dormía ahí, semidormido abrió el postigo y les advirtió que no tenía nada, que sólo quedaba un resto de masa, frijol duro y tomates.

Ellos le suplicaron, pedían que los atendiera, que comerían lo que fuera, cualquier cosa que tuviera. Ante los hambrientos comensales que insistían, don Ucho levantó a una mestiza para que elaborara unas tortillas que coció hasta que inflaron y les salió el hollejo. Después las rellenó con el frijol duro que le quedaba y las frió a fuego lento. Sobre el carbón asó unos tomates y después los hizo cut —machacó— para hacer una salsa que le sirvió para aderezar el improvisado antojito.

Los viajeros, agradecidos, le dijeron: 

—Que sabroso está tu pan Ucho. 

Pronto empezó a ser solicitado y empezaron a pedir el pan de don Ucho. El antojito gustó y cobró fama.

El pan Ucho, llamado ahora panucho, por sus ingredientes tiene su raíz en la gastronomía maya. El maíz, el frijol y los tomates son productos básicos que provienen de la tradicional milpa yucateca.

Originalmente el panucho es un antojito simple, sencillo, pequeño. Es una tortilla de maíz, rellena de frijol duro, frita a fuego lento. 

Años más tarde, a fines del siglo XIX con la influencia de la cocina libanesa que recibió la gastronomía yucateca, se le agregó como aderezo la cebolla curtida en naranja agria. Según la memoria oral así nació este platillo.

¿Quieres uno?

Macabro ‘aventón’ a Tekax

Rubén era un hombre que trabajaba como chofer en una refresquera en Yucatán. El narra que una de las experiencias más aterradoras que tuvo, fue cuando trabajaba en aquella empresa. 

—Una noche en que mi compañero y yo viajábamos sobre la carretera a Tekax, aproximadamente a las dos de la madrugada, yo iba manejando y mi compañero dormía en el asiento del pasajero. Cansado por el viaje, venía cabeceando, cuando, de pronto, vi a una mujer parada a la orilla del camino, con el rostro prácticamente cubierto con lo que parecía ser un rebozo, y un niño en sus brazos, envuelto con algo semejante. Estaban pidiendo que alguien la llevara, pero como yo iba demasiado rápido, no pude frenar a tiempo. Cuando lo logré, estaba a varios metros de la mujer y su bebé.

Él cuenta que se sintió preocupado porque aún estaban lejos del próximo poblado y le pareció peligroso que una mujer estuviera sola a esas horas de la madrugada en una carretera. Entonces, volteó hacia su compañero para despertarlo y le dijo: 

—Oye tú, ahorita vengo. Voy por una señora que estaba más atrás pidiendo aventón con un niño de brazos.

Rubén recuerda que le dijo que él no había visto a nadie, a lo que respondió: 

—Pues, ¿cómo vas a ver a alguien si estabas dormido? 

El asunto fue que cuando se acercó a donde estaba la mujer y su hijo, no vio a nadie. Caminó un poco más y nada. 

—Me extrañó porque sabía que no era posible que algún otro vehículo la hubiera levantado porque ninguno había pasado por ahí en ese rato, ni de ida ni de vuelta. 

Al no encontrarla, regresó al camión con su compañero, quien por cierto ya estaba muy despierto.

—Al verme llegar me dijo que él iba a manejar, ya que era evidente que yo estaba tan cansado que hasta visiones estaba viendo.

Así lo hicieron, por lo que Rubén decidió relajarse. Habían avanzado unos tres kilómetros cuando de nuevo vieron a la misma mujer con su bebé en brazos. 

—Digo que era la misma porque la vestimenta que llevaba era idéntica a la de la señora que me encontré más atrás, la única diferencia fue que mi compañero también la vio y esta vez sí pudimos frenar a tiempo para darle el aventón. 

Lo que les ocurrió después de bajar del camión fue horrible según cuenta: 

—Mi compañero y yo nos bajamos al mismo tiempo para ayudar a la mujer con sus cosas, pero, increíblemente, cuando llegamos al sitio donde estaba, ya no la encontramos, era como si hubiera desaparecido. A pesar del miedo que en ese momento se apoderó de nosotros, buscamos en el monte, pero no la encontramos. Asustados, nos subimos al camión sin poder creer lo que nos acababa de pasar.

Entonces emprendieron de nuevo la marcha a su destino. Iban por el camino comentando lo sucedido, tratando de buscarle una explicación lógica cuando, de pronto, ¡volvieron a ver a la extraña mujer! Como estaban muy asustados, decidieron no detenerse esta vez. Sin embargo, volvieron a verla una y otra vez hasta que finalmente su compañero le dijo: 

—Vamos a parar, pero justo delante de ella y no le vamos a quitar la vista de encima.

Y así lo hicieron.

—No alcanzábamos a ver su rostro porque lo tenía cubierto y miraba todo el tiempo hacia abajo. Increíblemente, en esa ocasión no desapareció. Cuando ya estábamos frente a ella, le pregunté a dónde quería ir y siempre mirando hacia abajo contestó que a Tekax. Así que le dije que se subiera, pues íbamos para allá.

Fue así que por fin la mujer subió al camión, pero cuando trataron de encenderlo, ya no se pudo. Le dijeron a la señora que no se preocupara y bajaron a ver qué sucedía. 

—Cuando volvimos a subir nos dimos cuenta que la mujer ya no estaba, ¡pero sí el bebé!, el cual comenzó a llorar en cuanto abrimos la puerta del vehículo.

Los jóvenes estaban muy confundidos y no sabían qué hacer; mientras lo pensaban Rubén decidió tomar al bebé en sus brazos, pero cuando le retiró el rebozo que le cubría la cara, se quedó helado de miedo, pues vio una cosa espantosa que se reía a carcajadas. 

—Por supuesto, no se parecía en nada a un bebé, era la cara de un niño, pero malo, como si fuera un demonio. Cuando vi semejante cosa lo solté y antes de que cayera al piso, desapareció. 

Después de eso, su compañero y él subieron al camión y no pararon hasta llegar a Tekax. Ya no volvieron a ver a la mujer. 

—Le he contado la historia a varias personas, pero hasta ahora nadie me ha creído; todos me dicen que probablemente fue producto del cansancio y que tal vez mi compañero se sugestionó y vivió la experiencia también. Lo único que opino al respecto es que a mí me pareció demasiado real para ser una simple alucinación o un sueño. En lo personal prefiero pensar que eso jamás sucedió, porque fue demasiado horrible.

La leyenda de Ucí

En Yucatán existe una aldea habitada casi en su totalidad por mayas llamada Ucí. Su aspecto es rústico y pintoresco como lo son generalmente las pequeñas poblaciones en que la naturaleza desenvuelve con más libertad todos sus atractivos y su seductora magia.

En una de las planicies más anchas cerca de un cerro coronado por una meseta pequeña, se ven abundantes flores de San Diego que hacen una preciosa labor color de rosa sobre los márgenes verde-oscuros de la explanada.

Tal vez esta enredadera fue plantada por los mayas en el atrio del templo pagano, cuando este magnífico se levantaba en medio de la Menphis yucateca allá en los remotos tiempos; pero los actuales, que han perdido memoria de esto, suponen ahora la oculta mansión de un misterioso genio cuyo palacio se encuentra en su interior; el cual, por ser el más grande y por la particularidad de cubrirse en una parte del año de flores de San Diego, lo creen también la morada del Dios principal de la ciudad muerta.

Cerca de una de estas moles gigantes, existe una cueva o cenote que los mayas en su idioma denominan Popolá. Es una depresión a la cual, para bajar es preciso asirse de las piedras salientes y de las raíces que descienden hasta el fondo, en donde se ve una pequeña laguna.

No se ve más, pero si se arroja una piedra, su caída produce un ruido extraño, terrorífico, que se propaga a gran distancia revelando así que en aquella cavidad existe un gran caudal de agua.

Estos ecos cavernosos que produce la caída de un cuerpo sobre el invisible líquido, aterrorizan hasta hoy día a los moradores del pueblo de Ucí, quienes creen que un día u otro, saliendo de su cauce, cual una enorme tromba, lo destruirá todo. Pero pueden tener razón, toda vez que así sucedió en otra ocasión según reza la leyenda narrada por uno de los mayas más ancianos del pueblo de Ucí.

En remotos tiempos, el lugar que ocupa este pueblo, lo ocupaba una gran ciudad gobernada por un hombre poderosísimo a quien obedecían muchos pueblos de la región. Éste tenía una hija hermosa como un sol. Amén de su belleza, era mujer por demás muy entendida, pues hilaba como una diosa y hacía también mil primores con la aguja.

La fama de sus habilidades y de su hermosura se extendió rápidamente y de muy lejos venían los hijos de otros gobernantes a pedirla en matrimonio. Pero ninguno pudo cautivar su corazón y este menosprecio ocasionó frecuentes guerras con los padres de los que se creyeron ofendidos.

Ella era muy aficionada a la caza, por lo que, un día, la animosa joven, mientras se paseaba en los montes de las cercanías acompañada de su asistente predilecta, vio a un joven cazador ejecutar tantas proezas que se enamoró de él.

Desde entonces, la inocente princesa no faltó un sólo día en aquel paraje, en donde pasaba horas enteras en amorosas pláticas. Pero yendo y viniendo los días, le llegó la noticia al gobernante de lo que pasaba. Indagó para descubrir quién era el que había logrado avasallar el alma de su hija, y se asombró al saber que era un simple oficial de su ejército. Entonces, indignado, le prohibió que lo siguiera amando.

Ella se quedó sorprendida. No comprendía aquella intimidación en boca de un padre que había aceptado guerras sangrientas por no sacrificar su corazón que había dejado libre para amar al que quisiera. Y el suyo había elegido al más hermoso y más valiente de los jóvenes de toda la tierra ¿No bastaba esto? ¿No era lo más justo? Lloró, se desesperó, hallando siempre la razón de su parte. Pero todas estas protestas habían sido mudas. Nunca se hizo llegar una queja hasta el autor de sus días que la creía resignada. 

Transcurrieron así muchos días sin que la princesa saliera de su habitación; pero llegó uno en que no pudo resistir la tentación de ver al que tanto amaba y marchó al monte.

Allí lo encontró, pero, ¡qué cambiado estaba! Su semblante había palidecido. Temblaban sus miembros de ira y sus ojos parecían arrojar llamas. La princesa retrocedió de espanto y de dolor. Su marchito semblante se puso aún más pálido que el de su amante y no pudo articular una sola palabra.

Sentía más que nunca el peso de su desgracia. Había un abismo infranqueable entre los dos: ella era princesa y él un oscuro soldado. Y, sin embargo, se amaban y su amor los consumía. Llevó las manos a los ojos, bajó su hermosa cabeza y rompió a llorar.

Entonces el obstinado joven, acercándose a ella, exclamó con temblorosa y entrecortada voz: 

—Veo que no hay remedio. Yo vivo de la luz de tus ojos. Mi perdición está decretada. Deseo morir, pero he de morir vengado.

La princesa lo miró con asombro.  

—¡Ah! —continúo con valor— ámame siempre y moriré digno de ti. Júrame que me amas, que me amarás mientras tú vivas. 

—¡Sí, lo juro! O tú o la muerte. 

La estrechó entonces contra su pecho delirante, pero la emoción producida por la respuesta le había quitado el conocimiento. 

Este encuentro iba a traer funestas consecuencias y ambos lo sabían. 

Efectivamente, el joven tan audaz como insensato, que había arrancado aquel juramento a la princesa, llevado de su locura amorosa, iba a tentar hasta los mismos dioses que a su juicio le negaban su protección injustamente.

El sol acababa de meterse por los montes de occidente cuando una sombra, deslizándose cautelosamente por las calles de la ciudad, se detuvo al pie del cerro que habitaba el más poderoso dios protector del lugar: el dios de las riquezas. 

El que con tanta cautela había llegado hasta aquel sitio, no era otro que el héroe de esta leyenda. Llevaba su funda llena de saetas, su arco y una pala de piedra. El joven se refugió en la sombra y comenzó a cavar queriendo llevar a cabo un atentado inaudito.

Luego excavó con tal valor la falda del montículo, que, perforándolo por completo, se hizo visible un vastísimo palacio: la mansión del dios de las riquezas. En el centro de una espaciosa sala había un arca abierta de la cual manaba oro como de una fuente. El cazador quedó pasmado; pero recobrando su valor, entró resueltamente. Entonces vio al dios cruzado de brazos mirándolo frente a frente.

El temerario continuó andando, más se detuvo al escuchar la voz fuerte del dios que le preguntaba: 

—¿Qué te trae por aquí, mortal insensato? 

—Te pedí tu protección y me la negaste —respondió el valiente joven—. Demandé justicia y te hiciste sordo a mis ruegos. Quise el oro y el renombre de un rey y no hiciste caso de mí. Me has hecho nacer para sufrir sin razón. Si eres inmortal, quítame esta vida que me pesa, pero si no, muere dios desnaturalizado, dios cruel, por tu maldad.

Y dirigiendo su arco al pecho del genio inmortal, disparó la flecha que describió una curva, volvió hacia él y, atravesándole el corazón, lo hizo caer en tierra sin vida. La noche que tuvo lugar esta escena, la princesa no había podido conciliar el sueño. Tenía un sentimiento extraño. Un presentimiento le indicaba que debía de tener lugar un acontecimiento terrible, extraordinario, como sucedió en efecto. 

De improviso vio su alcoba iluminada de una luz vivísima donde apareció la cara del dios de las riquezas. La princesa se quedó pasmada ante aquella visión y automáticamente se puso de rodillas extendiendo los brazos hacia él.

Vio entonces que a sus pies yacía el cazador con el corazón atravesado de una saeta; pero su morado semblante aún expresaba la lucha contra la muerte. Sintió que iba a perder el conocimiento y sólo pudo dar un ahogado grito de dolor.

—Tú, princesa indigna, has conducido a su perdición a este joven insensato. Lo llenaste de esperanzas vanas y lo enloqueciste. Él ha pagado la pena de su osadía y tú también recibirás el castigo que te toca. 

Se oyó entonces un estruendo formidable y un instante después yacían en el suelo dos cadáveres: el del joven cazador y el de la princesa.

Cuando la luz del nuevo día apareció en el oriente, iluminó una de las escenas más espantosas que jamás haya tenido lugar: una columna de agua que durante la noche había brotado de Popolá, había inundado la ciudad arrasándolo todo. Sobre el inmenso lago que la sumergía nadaban centenares de millares de cadáveres.

En la cúspide del más grande de los cerros se veía el dios de las riquezas paseando una mirada de satisfacción sobre aquel cuadro de horrores. Cuando, al cabo de algunos días, se redujeron las aguas, la ciudad estaba del todo arruinada, quedando tan solo la mansión de los dioses.

Entre las creencias se dice que el día de San Juan, los que suben a la cima del cerro más grande o se acercan mucho, perciben una música agradable, porque ese día es de regocijo para el genio que vive en el cerro. También los mayas veneraron mucho una cruz cuya pequeña capilla estuvo muchos años sobre el mismo montículo sin que esto motivara el olvido del duende que vive ahí. Hoy mismo, a la vez que practican el culto católico a su manera, creen en el Yummil muul que suele aparecer en forma de moscón negro anillado de amarrillo, en el Yummil Kaax, —dueño o dios de los montes— en el Yumil col —dios de las siembras—, en el Yumil chaac —dios de la lluvia— entre otros. A quienes ofrecen el zacá, el kool y el balché en ciertas ocasiones para hacerlos propicios. 

Esto lo hacen los sacerdotes —x-menes—, a quienes también llaman kines, con muchas ceremonias en parajes ocultos donde no aceptan la presencia de los blancos, pues no confían en ellos. 

Juan Tuul

Éste es un personaje legendario posterior a la Conquista y que tuvo su origen en el más antiguo Huay Tuul, divinidad campestre semejante al Balaam.

De acuerdo a la leyenda, era un caporal que estaba obsesionado por aprender y dominar las artes del manejo de los animales —caballos y ganado especialmente— para ser el mejor en su trabajo. Se dice que para conseguirlo efectuó un trato con el demonio para obtener poder y dominio sobre los ganados. 

Así pues, invocó varias noches hasta que se le apareció. El demonio le dijo que, para concederle lo que quería, tenía que pagar con la vida de un ser querido, lo cual aceptó y sellaron el pacto, por lo que le fue concedido su deseo.

Pasado el tiempo se arrepintió y se negó a cumplir el pacto con el maligno, por lo que éste, para cobrarse, tomó su vida y lo hizo su sirviente. Es por ello que para conceder algún deseo, él también pide en pago la vida de un ser querido.

Se dice que se manifiesta como un jinete vestido de charro negro que aparece para ofrecer algún deseo y sobre todo poseer dominio sobre el ganado. 

En algunas ocasiones, cuando alguien desea convertirse en un gran torero, lo invoca de noche hasta que se manifieste en forma de toro. Se cree que para conseguirlo es necesario dominar su miedo y enfrentarlo capote en mano, darle tres pases y si lo logra, podrá dominar a cualquier toro sin que le pase nada, pero, vencido el pacto, un toro también lo matará para tomar su vida. Además, como sabe que el toreo es un acto de crueldad animal, termina llevándoselos siempre al infierno, que es el lugar al que pertenecen.

Juan Tuul también se apareció en San Eduardo, que es una comisaría del Municipio de Dzemul, ubicado a un costado de la carretera Telchac Pueblo-Telchac Puerto.

Relata un grupo musical, que vivió la aparición, que en las fiestas del año 2014 fueron contratados para tocar un sábado por la noche, ya que trabajan para un equipo de Luz y Sonido de Motul.

Cuentan que la tarde del sábado llegaron como es costumbre y armaron su equipo, durante la noche tocaron de manera normal terminando alrededor de las tres de la madrugada.

Como a la mañana siguiente también serviría el sonido, tomaron la decisión de quedarse a dormir para no desarmar, viajar y regresar muy temprano, por lo que se dispusieron a descansar debajo del templete, el cual rodearon con una lona.

Eran entre las cuatro y media cuando comenzó a soplar un fuerte viento, por lo que decidieron salir a asegurar las lonas que se habían soltado. Al salir, vieron,como a unos veinte metros de ellos, que se encontraba una figura blanca, de humo, con la forma de un charro, con un sombrero grande, que miraba hacia ellos.

Les dio mucho miedo, por lo que volvieron a entrar a su refugio, desde donde escucharon cómo una estampida de ganado pasaba corriendo a un lado del lugar donde se encontraban.

Pasado esto, el aire cesó, por lo que decidieron salir a investigar sobre lo que habían escuchado. 

Ya no se encontraba la figura que habían visto. Al comenzar a buscar al ganado, tampoco pudieron localizar alguna pista, ni sus huellas, por lo que volvieron a meterse a descansar en tanto amanecía.

Pero esto no es todo, porque en Chan Sabac Nah también fue visto Juan Tuul.

Relata una mujer que creció en Chan Sabac Nah, que en ese entonces era una niña de apenas 12 años de edad, cuando, una noche en que hacía mucho calor, salió a acostarse en una hamaca que se encontraba en una palapita cerca de la casa, cuando de pronto vio a un toro blanco, muy bonito, que se acercaba. 

—Me miraba, pero no se mostraba agresivo. Yo sabía que a esa hora todos los ganados estaban encerrados en el corral, y aun así no me daba miedo, pues el animal se veía manso. En ese momento con un grito me llamó mi mamá, por lo que fui rápidamente a la casa. Al entrar le pregunté si habían dejado fuera a un toro, y le conté lo que había visto. Lámpara en mano salimos a verlo, pero ya no estaba. Luego fuimos al corral y contamos los toros y estaban completos. 

Al volver a casa, su madre le dijo: 

—Niña, eso que viste no es un animal, es una persona que está transformada y se acercaba para ofrecerte lo que le pidieras, y te lo iba a conceder, pero te iba a pedir algo a cambio.

Después esta niña jamás volvió a ver a ese animal.

Existen más relatos al respecto, como el de los habitantes de Chacabal, que eran atemorizados por Juan Tuul.

Juan B. Can “El pato” oriundo de Dzununcán, relató que, hace mucho tiempo, el camino que se utilizaba para ir a la comisaría motuleña de San Pedro Chacabal, era por Dzununcan y pasaba por una hacienda llamada Chun Puus, la cual fue la primera finca que tuvo don Vitaliano Campos, dueño de Dzununcan, la cual contaba con una raspadora, la cual se alimentaba hoja por hoja, raspaba la mitad de la hoja, luego se viraba y raspaba la otra parte, por lo que al día sólo raspaba unas cinco mil hojas.

Se dice que por las noches se escuchaba cómo Juan Tuul arreaba el ganado. Muchos lo vieron, era un charro montado a caballo que atemorizaba a los habitantes de Chacabal cuando tenían la necesidad de pasar de noche por ese camino.

Los que iban a chapear por la madrugada y los que iban de cacería lo veían, corría en su caballo por el monte, pero no era una persona era como aire.

Al construirse Dzununcan, cayó en desuso esa hacienda y fue abandonada, por lo que ahora está en ruinas. Lo mismo le sucedió al camino principal a Chacabal al construirse la carretera de Ucí a Santa Teresa y de ahí a Chacabal, fue abandonada esta vía como camino principal, por lo que ya no se sabe si aún se aparece Juan Tuul en esas tierras. ¿Te animas a averiguarlo?

Misnebalám, lugar de hechicería y terror

La Hacienda de Misnebalám se encuentra en el desértico pueblo del mismo nombre, que cuenta con antiguas edificaciones abandonadas, sin embargo, tiene algunos sitios intactos, ya que hubo residentes en lo que ahora es un pueblo fantasma, en donde se practican hechizos y brujería según las leyendas que se cuentan. Este sitio se ubica en el kilómetro quince de la carretera de Mérida y se llama Misne, que significa: cola de gato; así como a Balam, que es Jaguar. 

Se habla de que en este lugar ha habido apariciones fantasmagóricas y guarda un sinfín de historias, ya que es considerado un lugar tenebroso que, a pesar de esto, tiene recorridos para el público.

Misnebalám es una pequeña zona entre Mérida y Puerto Progreso, guarda en sus ruinas historias de bonanza económica, traiciones y muerte. Se dice que es un lugar muy bueno para vivir, pero no tiene residentes. Los últimos veintiún habitantes que aún quedaban, se fueron en el año 2000, por eso es que ahora se conoce este sitio como el pueblo fantasma de Yucatán y hay razones para que esto suceda. 

Hace más de 90 años se esparció la leyenda de que todos los habitantes de Misnebalam se fueron del pueblo debido a que constantemente eran testigos de las apariciones de Juliancito, un fantasma.

Las historias relatan que las apariciones que algunos han presenciado son protagonizadas por el espíritu de un niño que se suicidó colgándose de un árbol, cuando el lugar era una hacienda henequenera. 

Otros dicen que era hijo de dos hacendados, que fue atacado a traición y luego asesinado. 

De cualquier forma, todos coinciden en que su alma requería venganza contra quienes no lo ayudaron a no morir o quitarse la vida. 

Estas leyendas de fantasmas cobran más veracidad cuando se dice que dos jugadores del club Airsoft estaban practicando alrededor de la hacienda y tuvieron un encuentro con el ánima del niño, quien intentó hacerles daño.

Otras cuentan que los entes que se aparecen y espantan tienen su origen en las horribles prácticas de hechicería que años atrás eran comunes en Misnebalám.

El caballo blanco

Hace mucho tiempo hubo un eclipse de sol, pero, como los habitantes de la zona nunca habían visto algo parecido, se asustaron muchísimo; ellos creían que el Sol no volvería a salir, que era el fin del mundo y que lo único que podían hacer era ir a la iglesia y rezar para que terminara. Como nunca falta, hubo una persona que se quedó en su casa cuando ya todos se habían ido al templo. Aunque su esposa trató de convencerlo de que no se quedara en casa, él no hizo caso y se quedó solo. 

No pasó mucho tiempo en quedarse dormido, pero su sueño fue interrumpido por unos ruidos que provenían de la cocina. Al entrar observó que las sillas, mesas y trastes caminaban de un lado a otro golpeándose. Asustado, salió corriendo de su casa y al no ver a nadie decidió irse a la iglesia, no obstante, como estaba lloviendo, se resbaló con el lodo. Al levantarse oyó un relincho acercándose a él, trató de ver de dónde provenía, pero al no distinguir nada, siguió corriendo hacia el templo. 

El camino era tan oscuro que sólo lograba ver algo cuando los relámpagos lo iluminaban. Cuando estaba a punto de llegar a las puertas de la iglesia, volvió a escuchar el relincho de un caballo, pero esta vez más cerca; entonces cayó un rayo y logró ver a un caballo blanco que bajaba desde el cielo dirigiéndose a él.

Asustado, golpeaba la puerta de la iglesia. Los que se encontraban en el interior del recinto se asustaron al escuchar sus gritos y corrieron a abrirle. Sin embargo, el portón era muy pesado y tardaron en abrirla, mientras el caballo se acercaba cada vez más al hombre. Cuando al fin estuvo abierto, de un salto entró mientras gritaba que cerraran la puerta porque el caballo se acercaba. Al asomarse todos vieron un gran corcel blanco que se aproximaba furiosamente hacia ellos, entonces se apresuraron a cerrar las puertas de la iglesia. Para cuando lo lograron, el caballo ya había llegado y golpeaba con todas sus fuerzas para abrirla. La gente se asustó y comenzó a rezar, pero el eclipse seguía y no fue hasta muchas horas después que el sol volvió a salir.

Algunos dicen que no pasó nada más, que sólo fue el susto, pero hay quienes dicen que todos murieron aquella noche, pero que sus almas en pena jamás se dieron cuenta y que siguen rondando por el lugar.

La lealtad y fidelidad de un perro

Había una vez un señor que vivía con su esposa y su perro al final de un pueblo. Él quería mucho a su mascota, siempre la atendía muy bien, pero su esposa odiaba al animal y nunca le había gustado que su marido lo tratara tan bien. Cuando el hombre se iba a trabajar fuera del pueblo, ella sólo le daba de comer panes secos y cuando se acordaba le daba agua.

Pero una noche, mientras dormía, oyó unas voces muy extrañas que venían de afuera. Con mucho miedo se levantó y miró por la ventana que el que hablaba era su perro, pero su sorpresa fue mayor al ver que ¡el otro era el diablo!

Ella escuchó que el diablo le preguntaba al perro si su dueña era malvada, pues buscaba almas perversas. Cuando lo escuchó pensó que el animal diría que lo trataba muy mal, pero en lugar de eso el perro le dijo que su dueña era muy buena y lo quería mucho. Luego le preguntó por qué estaba entonces tan flaco, a lo que el perro respondió que las pulgas le chupan la sangre y lo tenían así.

No obstante, el diablo le dijo que él sabía que su dueña era muy mala y que le vendiera el alma de la señora para que dejara de maltratarlo. Pero el perro, ante la insistencia, dijo que sólo se la vendería si le lograba contar todos los pelos de su cuerpo. El diablo aceptó y empezó a contar, pero cuando ya estaba llegando a la mitad el animal se sacudía y empezaba a rascarse, entonces el Diablo, molesto, le preguntaba por qué se movía y el perro respondía que las pulgas le daban mucha comezón. Entonces el Diablo le dijo que aguantara un momento y volvió a contar de nuevo, pero cuando iba a terminar el perro se volvió a sacudir haciendo que perdiera la cuenta otra vez y así continuaron hasta que amaneció y el Diablo decidió irse, pero le dijo que volvería, a lo que el perro le respondió que no lo hiciera, porque no había podido contar todos sus pelos esa noche.

Esa mañana la señora, que había oído todo, salió de su casa y se dirigió al gallinero, atrapó a la gallina más grande que tenía y se la dio de comer al perro en agradecimiento por lo que había hecho por ella, sin importar lo mala que había sido con él. Desde ese día empezó a querer mucho a su perro.

Existe otra leyenda similar a la anterior, pero esta se desarrolla diferente.

Cuenta la leyenda que había un hombre que siempre vivía de mal humor y nunca perdía la ocasión de golpear a su perro, quien era muy infeliz.

Un espíritu del mal, llamado Kakasbal, observó la situación y supo que podía sacar mucho provecho de esto y de la rabia que seguramente sentía el can contra el hombre. Por lo que un día se le apareció al animal y entablaron esta conversación:

—Te veo triste, ¿te sucede algo? —preguntó Kakasbal.

—Cómo no voy a estarlo si mi amo me pega y me maltrata cada vez que puede.

—Los he estado observando y sé que te trata muy mal. ¿Por qué no lo abandonas?

—Porque él es mi amo y debo serle fiel.

—Pero si necesitas ayuda, yo podría dártela para escapar.

—No, nunca lo abandonaré —dijo el perro muy convencido.

—Pero nunca va a valorar tu fidelidad. Ni siquiera te lo va a agradecer.

—Pero siempre le seré fiel.

Kakasbal continúo insistiendo por un largo rato, por lo que el perro decidió quitárselo de encima diciéndole:

—Me has convencido. ¿Qué debo hacer?

—Es muy fácil, sólo debes entregarme tu alma.

—¿Qué obtendré si te la doy?

—Lo que tú desees.

—Entonces quiero que me des un hueso por cada pelo de mi cuerpo.

—Está bien, acepto.

—Pues empieza a contar.

Kakasbal empezó a contar los pelos del perro, pero cuando llegó a la cola el perro recordó la fidelidad que debía a su amo y pegó un salto, haciendo que Kakasbal perdiera la cuenta.

—¿Por qué te mueves?

—Las pulgas hacen que me dé comezón y no puedo dejar de moverme. Vuelve a empezar.

Kakasbal tuvo que empezar una y otra vez hasta llegar a cien veces. Al fin Kakasbal dijo:

—No cuento más. Me has engañado, pero me has dado una lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro.

Historias de miedo

En Valladolid, dos niños cazaban pájaros en unos montes de la colonia Militar. El canto de las aves se rompía con el aullido de un perro negro que se abalanza sobre la bocatrampa y se la llevaba con todo y un pajarito recién atrapado.

Así comienza la historia de miedo de Aldo Moisés, uno de los alumnos de quinto grado de la escuela Club de Leones No. 2.

Con un primer susto recibe la maestra Rosa a los niños: 

—Tienen examen escrito.

A las 8 de la mañana entró la directora acompañada de Victoria, David y Samuel. Los visitantes eran del departamento de Cultura e iban a contarles historias mayas sobre las ánimas.

Los niños parecieron aliviados cuando la profesora les pidió que guardaran sus exámenes y pusieran atención al narrador.

Samuel relató leyendas sobre los aluxes y habló de la costumbre de poner un hilito rojo a los nenes para que no se los llevaran los difuntos en el Día de Muertos.

La maestra mencionó al pájaro Xoch y explicó que si la siniestra ave pasa volando con el vientre hacia arriba, es porque se está robando el alma de un niño.

Los niños levantaron la mano, pues querían contar sus historias. 

—Mi papá dice que vio a la Xtabay —dijo Carlos en una pausa.

—Mis papás vieron la casa de unos duendes en el monte —intervino Efrén.

El narrador cuenta que de niño su pasatiempo era pescar pájaros: 

—Fuimos a un zacatal, pusimos la bocatrampa y nos sentamos. El zacate se agitaba cada vez más fuerte, un perro negro brincó y se llevó la jaula. Quise alcanzarlo y me enredé en unos bejucos; fui por una vereda y en una albarrada vi la jaula; al acercarme encontré junto a mí un viejo como de 80 centímetros con ojos chiquitos.

A estas alturas el narrador tiene los vellos del brazo erizados y los niños están boquiabiertos. Entonces Aldo toma la palabra:

—Yo fui a pescar con mi amigo Erick y un perro negro se llevó la jaula; lo seguimos y vimos en el camino a un payaso colgado de un árbol; brincamos y retrocedimos; el payaso se quitó la soga de la garganta y nos apuntó; el perro nos correteó y se nos olvidó la jaula.

Lo cuenta con tal realismo que hasta el universitario que hace su servicio en la primaria se muerde la uñas.

El suspenso se rompe cuando Samuel, el narrador, hace una recomendación para el altar de muertos: 

—Pongan dos huevos, duros o crudos, para que cuando el Diablo llegue, se entretenga jugando con los huevos.

Los niños ríen. Después de despedir a los visitantes regresan al susto del examen. 

Lo que Samuel no les cuenta es que, de niño, tuvo un encuentro misterioso en el monte con un siniestro viejo de menos de un metro de altura.

Se lo contó a unos señores y le dijeron que era el dueño de los pajaritos que él acostumbraba pescar.

—Debes dar gracias que puedes contarlo; pudiste cargar un mal viento y quedarte allá —le dijo uno de los señores.

Samuel lo tomó como advertencia por pescar pájaros y luego dejar que murieran de hambre en sus jaulas. ¡Todo fue real!